La otra vez me caí. No se ría usted señora, porque esto es muy cierto y es bien gacho que se rían de uno cuando desde abajo mira cómo los de arriba se ríen. Pero uno desde arriba tampoco se acuerda cuando desde abajo se estaba viendo, burlándose de sí mismo.
Les decía que iba yo corriendo por el bulevar cuando me caí en un pozo. Pisé en él porque creí que era un charco.
Pensé en lo qué hacer en estos casos. En la ciudad se contaban historias aterradoras de ciudadanos que habían caído en este tipo de pozos, pensé que ya había valido Wilson. Antes de hundirme vi el agua café como el café que me gusta con un poco de leche; revuelta y completamente sucia, tal vez con drenaje. No sé porque dije que me gusta el café con leche si yo siempre lo he tomado negro.
A instancias que sólo se pueden confesar en ese momento me acordé de la chavita que traía. La había visto durante el almuerzo y su mirada todavía siento que se quedó ahí mirándome, como desde un espejo.
Pienso que pueden llegar los bomberos en todo momento a rescatarme, pero los bomberos son rápidos en esta ciudad, pero no tanto, entonces pienso que me voy a hundir en el liquido helado, que voy a viajar por el tubo de drenaje y tal vez llegue a otra ciudad, ya muerto.
Como el agua está muy cerca de mis ojos pienso otra vez en la chica, que no muy bien me despedí de ella, pero ya no la vuelvo a ver, pienso que no la voy a volver a ver en la vida y ella tal vez me recuerde unos días y después sonría y me olvide.
El agua está muy fría como la de casa pero no hay que exagerar, no está tan fría. Y digo todo eso mientras voy en picada y veo a la señora que vende chicles en la barda que hicieron para que la gente no se caiga al río. De pronto recuerdo que soy Juan Martínez, que no traigo ninguna chica, pero como si la trajera, aunque eso sea ahora un recuerdo muy vago de la escuela primaria. Yo sigo hundiéndome en el pozo.
Tampoco recuerdo haber caído tan gacho antes. Las veces que he caído lo he celebrado y últimamente no menciono las caídas ni digo si me duelen. Que digan azotó la res. Esta vez pensé que moriría, más bien ya me iba muriendo. Entre más abajo, estaba más oscuro. Pensé en mis tres camaradas que me quedaron. Que cuando los busco en mi memoria de corto plazo éste como si un fantasma recordara a otros fantasmas.
Pensé que entregaría el equipo, pero en cambio surgió una gran luminosidad y pude ver a la mujer, era la chava de la que no pude despedirme. Era la misma pero ya grande. Me miraba como si siempre hubiera estado ahí esperando. Y yo me dije, aquí abajo en el agua también se vive, pronto noté que podía respirar normalmente, noté que ahí estaba toda la banda con todos sus apodos y su desmadre.
Entonces luché con todas mis fuerzas, me aferré a que nadie me despertara. Se sentía tan a gusto ahí abajo en el agua. Me sujeté bien en la cama -si es que estaba acostado sobre una cama – con tal de que no caer. Me tapé los oídos para que nadie me hablara. Puse una venda en mis ojos para no despertar. Aunque quisiera no podía mover los párpados, sólo podía sentir el agua de la ducha y de la cruda que me ahogaba. Luego salí como del baño, como si me hubiese bañado, con este frío qué chingados, nada más me había lavado la cara.
En eso escuché la voz real y sinfónica de la señora Martínez a quien conozco desde algunos ayeres, no en balde estoy casado con ella, y desde el otro cuarto, desde quién sabe dónde me dijo: “Ya salte del baño para que vengas a limpiar la vomitada que hiciste”. Cuál vomitada, pregunté. “ Esa, con la que te andabas ahogando”.
Entonces explorando otra voz por dentro, me dije enojado conmigo y también riendo: Pues no que me había caído en un pozo?
Y como esas veces en que hablas en voz alta y crees que nadie te ha escuchado, la señora Martínez reviró desde el otro cuarto: “pues sí. También te caíste en algún pozo, traes el pantalón todo manchado como si te hubieras cagado.
Entonces yo quería que aquello fuese un sueño, ya no quería paleta. No saber nada ni de esa señora Martínez, ni del otro cuarto, ni de las voces que escuchaba, ni del agua sucia y del café con leche ni nada. Quería que alguien me despertara. Quise caerme de la cama pero no había cama, estaba hundido en el agua. Fue entonces cuando desperté realmente. Y pude ver la mano de la señora Martínez. Sentir cómo aplanaba mi cabeza y poco poco me hundía en el agua y yo dejaba de respirar y me quedaba inmóvil y de nuevo flotaba y todas esas cosas cuando uno se muere.
Pero como si hubiese podido elegir el sueño o la realidad misma, salí corriendo del pozo donde había caído.
En conclusión, en mi realidad al caer yo había metido una pierna y la mitad de la otra al charco. No debo decir que metí la mitad del cuerpo. Salí corriendo del bache pronto porque le tuve que hacer la parada al camión azul que se me estaba yendo. Pero me acordé que duran como media hora allí parados. Cuando me subí al camión ya me estaba esperando la gente que no se había caído en un pozo, para ver mi pantalón mojado. Tal vez nadie se había caído en ese pozo y yo era el único baboso. Dos chiquillas, cuando no las vi me vieron y sonrieron, cuando las vi voltearon para ver otra cosa. Yo me acordé de la chiquilla del pozo. Reparé en el ajo y la cebolla que llevaba en la mochila que no se habían mojado. Recordé a la señora Martínez, justo en el tiempo en que decidió adoptar su primer apellido como Martínez y ahora me vinculaba a ella hasta la imaginación y las fantasías y en los delirios tremens.
Mi mujer era omnipresente, en todas partes estaba, sabía que tarde o temprano me la volvería a encontrar.
HASTA PRONTO.




