Le deseo a México y al mundo
un mejor próximo año.
No debiera ser difícil porque
el 2019 fue un año de desencanto
y frustración; tampoco será fácil
porque algunas cosas tendrán que
cambiar. En adelante me referiré a
dos cambios indispensables en el
mundo y otras dos transformaciones
necesarias para México.
La economía mundial se encuentra
en un bache de bajo crecimiento con
perspectivas de recesión. Decreció
el comercio internacional; una muy
mala señal si consideramos que por
varias décadas fue el principal factor
de impulso del crecimiento globalizador;
es decir de la expansión de las
grandes corporaciones.
El diagnóstico no es difícil. Para
el Fondo Monetario Internacional, el
Banco Mundial, la Comisión Económica
para América Latina y el Caribe y
la Organización Internacional del Trabajo,
el problema es la debilidad de la
demanda. Esta se fortalecía falsamente
mediante demanda crediticia;
es decir con endeudamientos que les
permitieron a los gobiernos y población
gastar más de lo que ingresaban.
Algo que cada vez funciona menos.
Ahora, un primer gran cambio
de orden mundial, es que aumenten
los ingresos de la población y de los
gobiernos, para que puedan realizar
su consumo individual y colectivo al
ritmo en que lo permite el potencial
de producción. De no hacerlo se profundizará
la destrucción de capacidades
y las guerras comerciales que
básicamente intentan esa destrucción
caiga en el patio del vecino y no en el
propio.
En 2019 se ha hecho mucho más
claro que la humanidad se ha excedido
en la explotación de la naturaleza
y eso la conduce a su propio aniquilamiento.
Huracanes, incendios,
inundaciones, sequías y calentamiento
global son las señales de un grave y
creciente desorden. Lamentablemente
el impacto del deterioro ambiental
es muy disparejo; se ensaña con los
que menos posibilidades tienen para
protegerse y compensarlo mediante
medidas económicas.
Mientras que, por ejemplo, la compra
de seguros aminora los riesgos
para las empresas, familias y gobiernos
en mejor posición económica,
en otros países conduce a la perdida
irremediable de medios de vida y a la
necesidad de migrar.
Necesitamos, como segundo gran
cambio mundial, una nueva forma
de relación entre la humanidad y la
naturaleza de manera tal que suspendamos
la destrucción brutal de
nuestro entorno. Hay que suspender
la emisión de desechos industriales
que contaminan el aíre con carbono,
las aguas con plásticos, la tierra con
químicos, e incluso la genética de la
naturaleza. De no hacerlo así seguiremos
avanzando hacia el desastre.
El primer año del nuevo gobierno
que tantas esperanzas ha levantado
ha sido frustrante. Una nueva actitud
solidaria hacia los más pobres es digna
del mayor encomio. Pero esta ruta
no podrá avanzar si no se acompaña
de un nuevo dinamismo económico.
La CONCAMIN reclama política
industrial, no el remedo presentado
hace unos meses. Tienen razón, hay
que abrir espacios de inversión para
grandes, medianos y chicos y eso solo
lo puede hacer el Estado mediante el
fortalecimiento de sus capacidades y
no por la vía de contraerse.
Habrá que hablar más concretamente
de un dinamismo económico
específicamente adecuado a la
transformación social; en particular
reactivar la economía social orientada
a mercados locales y regionales fortalecidos
por las transferencias sociales.
Requerimos inversión masiva,
sí, pero que aterrice en forma no
concentrada, sino dispersa en las
decenas de miles de comunidades y
barrios rurales y urbanos y en millones
de micro pequeños y medianos
productores. Lo que solo será posible
mediante intervenciones reguladoras
en los mercados. En otras palabras,
hay que abandonar el omnipresente
neoliberalismo. Este sería la primera
transformación deseable para México
en este próximo año.
Para hablar de la siguiente transformación
hay que explicar que
durante décadas los gobiernos de PRI
y PAN crearon un entramado de falsas
representaciones en el medio rural.
Cada programa rural, ambiental,
forestal o de desarrollo social creó en
cada comunidad su propio grupo de
interlocutores a modo. De este modo
las entidades públicas simulaban dialogo
con la población, es decir, con el
micro grupo que en cada caso era beneficiario
del programa. Construyeron
así un entramado de falsas representaciones
del interés popular que eran
en realidad títeres de los programas.
De ese modo las entidades y
programas operaban en el campo
inmunes a las críticas y transfiriendo
recursos que se caracterizaron por su
escaso impacto positivo de carácter
permanente y comunitario. La
actual administración rechaza las
organizaciones de todo tipo como
representantes de los intereses de
la población rural. En cierto sentido
tiene razón, pero lo que debe rechazar
es el entramado de simulación
construido por los gobiernos
anteriores.
A mediados de diciembre el Presidente
López Obrador supervisó la
operación del programa sembrando
vida en Hidalgotitlán, Veracruz. En la
visita se evidenciaron retrasos en la
producción de semillas, simulaciones
de los beneficiarios, incumplimientos,
acusaciones de corrupción. Ante ello
el presidente les pidió más empeño a
los técnicos del programa para que los
programas se apliquen y no se queden
nada más en los documentos, con
presupuesto, pero sin que lleguen los
beneficios. Según la nota periodística,
el presidente se mostraba desilusionado.
Me parece sumamente importante
que el presidente haya acudido a
ver la operación real del programa
saltándose todos los filtros institucionales
que le doran la píldora a
los altos mandos. No se trata de una
anécdota sin importancia; es una
muestra de lo que distintas fuentes
dicen que está ocurriendo no solo
en este sino en varios programas.
La solución no es pedirle a la
burocracia que se apresure, no es
hablar con uno mismo en una especie
de soliloquio, sino hablar con las
verdaderas expresiones colectivas
de la voluntad popular.
Los programas rurales, sociales,
campesinos y ambientales podrán
funcionar cuando se realicen tratos
dignos con los pueblos, las comunidades,
los ejidos. Cuando se les
reconozca como los sujetos sociales
de los programas públicos; los que
pueden establecer y hacer cumplir
compromisos. Esta sería la real democracia
participativa y la segunda
gran transformación que espero
ocurra en el 2020.