A la espera de un trance difícil
el tiempo nos parece sumamente
lento, y el trance
mismo interminable; la anticipación
genera angustia. Pero los viejos
sabemos que más adelante, al revisar
nuestras memorias la vida nos
parece corta; los tiempos buenos y
los tiempos malos igualmente acelerados.
Lo que era pesadilla se vuelve
simple recuerdo, y es verdad que el
tiempo que era un lento enemigo se
vuelve remedio; todo lo cura.
Así será esta vez también.
Hay que actuar en lo inmediato y
no es fácil. Pero también es importante
pensar en el futuro y e ir pensando
como seremos después de este trance.
Estoy convencido que seremos mejores;
mejores seres humanos, mejores
sociedades, mejores economías.
La pandemia revela con frío
cinismo, incluso crueldad, nuestras
fallas, las que nos hacen frágiles. Por
eso mismo, al conocernos mejor nos
obliga a repensarnos. Cómo individuos
y sobre todo como sociedades y
economías.
Las fragilidades son enormes porque
descuidamos lo importante para
tratar de alcanzar sueños banales. En
aras de la libertad y la modernidad
caímos en excesos, el principal de
ellos el libertinaje del mercado que
se tradujo en extremos de inequidad
económica; de inseguridad en el empleo
y de formas de trabajo carentes
de dignidad; en una brutal irresponsabilidad
ambiental que amenaza a
todas las formas de vida del planeta y,
en general, en total desprecio por el
bienestar de la humanidad.
Ahora, la pandemia obliga al
abandono del libertinaje del mercado
para que sean los gobiernos los que
pongan orden y atiendan a las nuevas
prioridades, que en este caso son
varias. Antes que nada, combatir la
proveyendo los recursos hospitalarios
y sanitarios necesarios para combatirla.
Y, al mismo tiempo y con similar
importancia impedir que ese combate
cause daños económicos irreparables
a la vida de millones. Hay que tomar
medidas para enfrentar el desempleo,
tanto el formal como el informal. Y en
la medida en que este ocurra, hay que
tomar medidas para que esa desocupación
involuntaria no se traduzca en
hambre y en un lastre permanente al
desarrollo físico y emocional de las
personas.
No es fácil hacerlo cuando en todo
el mundo y en México en particular se
descuidaron cosas verdaderamente
importantes, como contar con un sistema
de salud y hospitalario eficiente,
con atención oportuna para los males
de cada quien; como el acceso de
todos no a simplemente llenarse la
panza sino a una nutrición suficiente
y de calidad.
El nuevo enemigo de todos, el covid-
19, nos hace ver el contraste entre
un mundo armado hasta los dientes;
preparado para las guerras de todo
nivel, incluyendo la que podría destruir
a la humanidad entera y que, en
contraste no estaba preparado para
enfrentar un nuevo virus. Algo que
por cierto los expertos afirmaban que
habría de ocurrir tarde o temprano.
El tema de las prioridades no es
retórico; replantearlas de inmediato
requiere audacia y es al mismo tiempo
irremediable. Ya no se trata de ser
de derecha o de izquierda; las grandes
obras de infraestructura que son
insignia de este régimen, Santa Lucía,
Tren Maya, Dos Bocas, Transitsmico
deben ser pospuestas temporalmentey posteriormente reevaluadas, para
echar toda la carne al asador de la
atención a la salud, alimentación, empleo
y preservación de las capacidades
productivas de nuestra sociedad.
Pero eso no bastará.
No es el momento de elevar impuestos;
pero el trance nos revela que
la herencia de las últimas décadas nos
ha ubicado como un Estado enano,
cercenado en sus capacidades de
producción directa y orientación de
la economía; limitado a observar con
impotencia el libertinaje del mercado.
Saldremos de este trance transformados.
Exigiendo equidad, paz
social, trabajo y mínimos de bienestar
garantizado. Algo que solo
puede obtenerse con el liderazgo de
un gobierno fuerte, muy alejado del
autoritarismo y muy acercado al dialogo
con la población. No el dialogo
simbólico de un solo hombre; sino al
dialogo institucional sustentado en
una sociedad organizada para exigir
rendición de cuentas ante un gobierno
que se comporte conforme a lo que
pregona, democracia participativa, no
la de los individuos aislados, sino la de
las organizaciones colectivas.
Para atravesar este charco y no
regresar a la misma orilla se necesita
que nos planteemos otro estilo de
desarrollo. O, como algunos dicen, de
renuncia al desarrollo, porque este
es un concepto impregnado de malas
prácticas.
Habría que repensar si la concentración
de inversiones en megaproyectos
conduce al bienestar
generalizado o, por el contrario, al
exacerbamiento de la inequidad.
México pasó de contar con cientos
de miles, literalmente, de pequeñasgranjas avícolas, al monopolio extremo
de las empresas con millones
de gallinas. De millones de tortillerías
abastecidas por la pequeña
producción; al control monopólico
de la comercialización del maíz y,
por ende, de la fabricación del principal
alimento de la población. De la
producción dispersa de textiles, ropa
y calzado a la producción altamente
concentrada.
En todos los casos la gran producción
es mucho más eficiente
en una perspectiva estrictamente
económica. Pero, ¿lo ha sido en
una perspectiva social? Cuando la
pérdida de la pequeña producción
se tradujo en empobrecimiento
mayoritario. ¿Ha sido lo mejor en
una perspectiva nacional? Cuando
esa modernización se convirtió en
dependencia de importaciones.
De ninguna manera se trata de
satanizar la gran producción. Pero
reconozcamos que para una gran
parte de la población, digamos que
la mitad ubicada en la informalidad,
los pueblos y comunidades rurales,
el campesinado, la población
indígena, la gran producción le dio
poco y le quito mucho. Para ellos la
mejoría en su consumo y bienestar,
dependerá de sus propias capacidades
para producir alimentos,
ropa, calzado, vivienda y demás. Los
pobres no saldrán de pobres como
consumidores subsidiados de productos
elaborados por las grandes
empresas. Y ellos mismos no pueden
convertirse en grandes empresas.
Lo que se requiere es reconstruir
con mecanismos actualizados
los espacios de mercado para los
que era viable la micro y pequeña
producción de la canasta básica
de consumo de los que ahora son
pobres, cuando antes eran pequeños
productores. Eso es posible y mucho
más viable que incorporar a los
pobres a una modernidad ficticia,
dependiente de la inversión externa
y de las transferencias sociales.
Pasaremos este trance de la
epidemia y nos dará el impulso para
la transformación de fondo que de
verdad deje atrás el modelo que
enriquece a unos cuantos y que
empobrece a los demás.