Soy calle, pedazo de tierra, tuerca oxidada. Mañana seré agua sucia, sudada en los orificios, lodo propicio, llanta olvidada, poste inclinando, cable enterrado. Soy como el eco, me escucha otro eco, alguien me habla y no es nadie. Pero contesto. Me necesito mucho.
Y soy el perro que ladra y no muerde en la esquina vacía en la banqueta, donde antes se sentaba un viejo; pronto también seré el viejo y no habrá banqueta afuera de un edificio.
Soy el hombre, la mujer, la tía olvidada, el niño que llora, la carcajada de la muchacha que duele, el huerco en la plaza, la mujer dormida, la urraca que canta resbalando de una lámina y cae en la alcantarilla de la mirada.
Soy el gato mal pagado, el anciano cansado como viento asomado por la ventana. Como una vitrina. Atrás construyo un techito de lámina acanalada. Hago un pozo del arrepentimiento y no acepto mirones con sanas intenciones.
Soy la fe de diciembre, la vida de un santo biógrafo. Escribo cosas muy lindas. A veces escribo mentiras inolvidables. Soy el auto que se estaciona, alguien baja, interrumpo mi lectura a mitad de la página. Cerca de la puerta. Invento una historia distinta.
Soy un pedazo de queso de plástico duro sobre la mesa seca. El ratón que pasó sin frenos. Soy el vacío, el trapo, el espacio limpio desde hace mucho tiempo a una sola mano, soy el que limpia el hueco de la ausencia, soy con la otra el que saluda, el que abraza, el que aprieta. El cubrebocas que sin embargo grita leperadas en el estadio desierto.
Colgado aquí en la camisa vieja del tendedero, el primer sol de la mañana me enjuaga una lágrima, veo lo que no miraba, comienzo a creer que estoy vivo. Y corro con otros y con otras y con Joaquín Sabina por el bulevar de los sueños rotos.
Soy el carro yonqueado, la llanta oxidada en un ordenador de olvidos en la cochera, soy la hierba crecida en un solar baldío, el dólar perdido, el peso gastado con otro en un bolillo de cuarentena.
Soy la lombriz de fierro que pasa silbando en la madrugada, el pájaro nervioso, el músico desvelado sin mucho esfuerzo en una plaza. Soy el hijo del hijo que de queda a esperarme. El no nacido, el presentimiento soy.
Soy el correcaminos y soy el coyote. La piedra pequeña en un zapato, el dedo de enmedio, la lúgubre voz, al fin el dueño. Soy un sueño, soy el dueño que lo perdió todo ganando. Abajo de mi no hay nada. Soy el último elemento. La última jornada que se juega el último minuto de su existencia. Soy la cerveza que siguió a la otra a donde esta fuera. Soy la cheve bien muerta un sábado de fiesta.
Soy la lumbre en el patio, el frijol espeso. Soy el sol gratis gracias a Dios no ha nacido el que nos lo cobre. Doy el oxígeno del árbol. La raíz cuadrada de la cuadra, el chiquillo que llora en alguna parte de la noche.
Soy el pellejo que fue músculo de un gimnacio, el rancio abolengo que apesta bien gacho. Soy el gancho en la viga, soy el rancho escondido detrás de las cortinas de humo. La voz una vez dicha, otra vez callada como nunca. Soy esa piedra en la mano de los que no hablan.
Soy contingencia, estría de la panza, secado a la plancha, soy el factor x, el rayo cruzando la rendija, el polvo que se mira flotando. Soy la vida chiquita metida en el cuerpo ajeno. Soy lo que faltaba, la basura, la cicatriz en el asfalto para que una calle se llame avenida. Soy la llamada, la crisis, el olvido, acariciando otros olvidos solidarios.
HASTA PRONTO.