Sabía que te hallaría aquí adentro de la casa. Te olí tras las paredes a una cuadra, antes de guardar el equipo de calle con el que soy ciudadano.
Sabía que me encantaría estar contigo alguna vez en la vida, cuando no hubiera nadie más que yo mismo, pero no pensé que ocurriese tan pronto. Estoy y no estoy solo por completo. Me sobra un brazo que va a la puerta solo, un par de ojos derretidos en la luz de una lámpara de queroseno, coartada la luz y el aliento de un precipicio.
Debo reconocer por lo mismo tu voz en mi voz saliendo de nuevo. En soledad. Aclaro la garganta, la pruebo y me escucho perfectamente, puedo decir casi cualquier cosa, sin bocina, con música, al micrófono y encima del escenario de una cocina triste.
Luego de algunos días de aislamiento como mandan los cánones, a oscuras, caí escondido, comprendo lo necesario que soy para mí mismo, y también lo innecesario que soy para los otros. Aunque eso no sea importante.
Dirán que me victimizo, que bajo el perfil, que me dejo caer para que alguien que no veo por ninguna parte me necesite. Pero eso no se le dice a uno cuando platica consigo mismo. Es solo una necesidad de afecto, un cariñito que se hace uno como abrazando al espejo que se desploma.
De la luz tenue puedo ver en la pared las sombras de mi cuerpo tembloroso, pero hacen días que
en este encierro se apropian de una vida, me dicen cosas. A las que por supuesto como es mi estilo no hago caso.
Quisiera que desde tu posición de anacoreta pudieras tocarme. Decirme cualquier cosa que realmente exista, pero no se cuál de los dos es el que vive o el que muere, si soy yo o tu con quien ahora hablo. Si digo algo me escucho, por tanto puedo estallar en las mentiras acostumbradas.
Eres guapo y grande y no al contrario de lo que la gente dice. Si te mides con otros más chaparros claro. Puedo encajar en la charla interna hasta el cansancio, sin que me respondas antes de entrar al baño y encontrar el espejo. Pero ahora me sustituyes. Me duermes y almuerzas, me haces un inútil tendido en la calma a las tres de la tarde.
Lo grato es que no te me olvides y no te quedes en el otro cuarto o que como cuando salgo no desapareces pronto, como cuando doy vuelta a la esquina rumbo al centro, viendo a las muchachas. Ahora me persigues hasta en el baño.
No puedo quejarme de esta soledad mal comprendida sujetándome las manos, torciendo los dedos. Haciendo changuitos para que concluya el encierro y salgamos todos. Te quedarías solo y
no podría sonreír si te pago con eso, luego de te has quedado conmigo. Ponle que con todos los reproches, pero te quedaste conmigo en mis dibujos, a la hora de mis textos tociendo en las imágenes.
No podré olvidar, no deseo que me olvides cuando estén de nuevo todos y creas que no existes solo por qué no te han visto, no vieron el hambre, ni el sudor pensando por los dos por dentro en ese otro aislamiento como lo es hablar con uno mismo, como si fuesen unos cuantos.
En mi caso somos muchos y no comemos. Cuando pase todo esto, hasta podría usted venir a visitarnos. Aquí ya descubrí al que soy y a los otros que estaban escondidos, y a usted mismo señor Rigoberto.
HASTA PRONTO