Como agua resbalan por la pared del calendario los días del año. «El año, ha ido rápido», escuchamos que alguien dice en el plano de una mesa donde hay pan con café caliente.
Los asistentes celebran aniversarios, mientras el pensamiento madura viendo el día pasar por una calle y dar vuelta en la esquina.
Los días sucesivos atrapan torrentes. Son gotas de agua que caen como lágrimas, en el segundero se baila bajo la lluvia. En el hirviente café sopla el viento de las palabras que buscan un refugio para estar tranquilas y las risas de los comensales son sinfonías de maderas y metales, mientras bebes el primer sorbo, escuchas.
Los días se aparecen, se parecen, paren, brincan de otro lado como pichones en las catedrales; bajo el vuelo, dos personas que no se habían visto se encontraron. Buenos días dice el comienzo de una charla y la continuación de otra. Para dónde va señor, nadie escribió lo que dijo.
Las miradas de los más jóvenes son hojas verdes de los árboles que pasan como en la ventanilla de un viaje, la gente desconocida es la misma de siempre, llevan sus nombres comunes. Se dice José para llamar a un contingente en medio de la calle por donde el día huye cayéndose.
En alguna parte se juntaron todas las hojas para confabularse contra el bosque, como las horas, quieren volver a hacerse noche, estrellas de los recuerdos intermitentes.
Para sentirse un poquito más seguro el sujeto que ve todo, escribe de corrido en la palma de la mano. Un reloj pintado a mano en su muñeca es un regalo de sexto año.
Demasiado silencio se convierte en vértigo a fin de quitarse el freno de mano. Calle abajo las llantas de los carros llenas de aire sacaron sus fuerzas de un diccionario y no descansan hasta ver un parqueadero.
Como en los años, en las plazas hay besos que no se han dado, por los rincones de los abetos apretados, los pensamientos se mojan los labios con frases con que se dice un te quiero. Las horas sin embargo se prenden fuego con las manos, las llamas caminan empujadas por los gritos de un elotero que el apagado de las lámparas hacen añicos.
Los días sucesivos llevan el arroz y el fideo al hambriento, llevan la luz al foco, tienen queso de luna y los cuartos menguantes donde se hospedan. Cuando son niños mantienen el refri abierto aunque esté cerrado, los ojos despiertos, 3 pesos, un momento antes de tiempo para meter y sacar la mano de la bolsa.
La media calle es un estadio de fútbol, un licenciado mide la alfombra de la bruma, en el estupor descubre a medio rostro su única palabra y la dice. Los minutos corren descalzos, las letras persiguen al fulano que tras ponerse los lentes las va correteando. La afición efímera aplaude los hechos heroicos y deplora los horripilantes. Cuando uno calla, tarde o temprano los días hacen lo mismo como los niños, saltan y corren ligeros de plumas, caen muchas veces en sus propias manos, resbalan, tan sucesivos como gotas de agua en las hojas de un calendario.
HASTA PRONTO.