Hace tiempo, el 28 de febrero de 2010, el entonces diputado por el PRD –hoy subsecretario de Gobernación- Alejandro Encinas, anunció la creación de la Red por la Unidad Nacional de las Izquierdas, ante un periodo donde la dirigencia del partido se había embarcado en negociaciones aliancistas con el PAN. Ese rumbo, dijo Encinas, confundiría a la sociedad. Cierto, aunque no sólo como proyectar la imagen de que “todos los partidos son iguales”, como dijo, sino de manera más profunda, porque vaciaba a la izquierda de ideología, programa y futuro. Esa izquierda se reagrupó en Morena, y llegaron a la Presidencia con Andrés Manuel López Obrador.
Ya en el poder, las cosas resultaron mucho más difíciles de lo que creían, y por mucho, más enredado y contradictorio su actuar que cuando eran oposición. A López Obrador ya no le alcanza la mañanera para llenar todos los espacios de la arena pública, ni tiene un equipo con el talento que le multiplique los brazos para pelear. Sus cuentas pagadas en las redes sociales son eficientes en la generación de odio, pero no evitan el desfonde de su gobierno por la crisis económica.
López Obrador no es un hombre de izquierda, sino un católico muy con principios y valores que ve a los pobres –lo que también hacen los moderados y derechas- como el grupo al cual quiere redimir, sin una ideología definida, y con un pensamiento por donde cruzan la social democracia y el social cristianismo, con fuerte toque nacionalista, y al mismo tiempo, con una inclinación económica claramente neoliberal. Pero es lo que hay, y a quien están tratando de arropar la izquierda porque es lo mejor que los representa.
Mucho tiempo pasó sin que la izquierda se articulara de manera orgánica, desvanecida por la fuerza de López Obrador. Una vez en el poder, se está reagrupando en el movimiento por la Unidad de las Izquierdas. En vísperas de la elección presidencial, recordó el periodista Rogelio Hernández, observador de la izquierda mexicana por décadas, se reactivó por el impulso de José Antonio Rueda Márquez, ex militante del Partido Comunista y de las organizaciones de las cuales nació el PRD. El movimiento, describe Hernández, impulsa la formación de Comités de Defensa por la 4T, que ha trabajado discretamente por dos años.
Lo que buscan con esos comités, precisa uno de los documentos fundacionales de esta nueva estructura política y social, es enfrentar a “las derechas políticas” del PRI, PAN PRD y Movimiento Ciudadano, a “parte de la oligarquía” que integra un “buen segmento” del empresariado, a las “mafias incrustadas en los aparatos del Estado y cacicazgos regionales”, y a “grupos de comunicadores, intelectuales y académicos liberares, (que) han hecho todo lo posible por desacreditar la política e imagen del gobierno para desbarrancarlo por medio de la campaña sucia y la conspiración”.
El documento refleja el pensamiento de López Obrador, y retoma sus tesis de conspiración e intentos golpistas. Su análisis en el tema del golpismo es muy primitivo y está inspirado en el golpe de Estado a Salvador Allende hace 37 años en Chile. Allende pudo ser derrocado porque no tenía el consenso nacional, que permitió que el Ejército, con el sector privado detrás, apoyados por la International Telephone and Telegraph, y el gobierno de Estados Unidos –que financió una campaña de propaganda negra subliminal a través de el periódico El Mercurio-, conspiraran en su contra.
López Obrador tiene el respaldo popular, ha comprado al Ejército con millones de pesos en presupuesto y obras, no hay medios que hagan lo que El Mercurio, en Chile, y aunque hay excesos editoriales, no están mintiendo. Propaganda y crítica no es lo mismo, pero el presidente, que no sabe de medios y sí de propaganda, se confunde. No lo ataca el gobierno de Estados Unidos; al contrario, al darle siempre gusto al presidente Donald Trump.
Enfrenta al el capital privado nacional y extranjero, pero para que optaran por un golpe, como el caso de los militares, necesitarían a Estados Unidos de su lado.
México está muy lejos de partirse, como estaba Chile, y ni los empresarios ni Washington están en la lógica golpista de López Obrador, que necesita enemigos para lograr apoyo incondicional a su proyecto. Ahí entran los comités de defensa de la 4T, convocando por “municipio, barrio, colonia, ranchería, comunidad, centro de trabajo o afinidad identitariao de género, a aquellas personas dispuestas a asumir la defensa de la 4T”. La lucha estará en el universo electrónico, WhatsApp, Twitter, Facebook y YouTube, para comunicarse, enviar mensajes, difundir acciones de gobierno y, ante “ataques”, responder colectivamente. Si el respaldo no se da mediante la persuasión, que será a través de la confrontación.
Los comités se asemejan en organización y estructura a los Comités de la Defensa de la Revolución de Cuba, y a los Comités de Defensa Sandinista de Nicaragua, formados ante lo que denunciaban sus líderes como procesos de desestabilización. Se convirtieron en policías y comisarios ciudadanos para neutralizar a quienes disentían de Fidel Castro y Daniel Ortega. Hugo Chávez fundó las camisas rojas, grupos de choque que hicieron lo mismo que Castro y Ortega, pero con violencia física sistemática.
Rueda Márquez no plantea nada parecido, pero está creando una organización que puede volverse peligrosa para las libertades si se le sale de control, porque parte de los mismos supuestos superficiales de que lo que está en disputa es el poder. Es absurdo, pero hay quienes en el entorno de López Obrador están buscando pleito de carne y hueso. El poder lo tiene el presidente López Obrador y nadie más. Lo que se está jugando en México es otra cosa: una democracia o un régimen autoritario. De eso se trata la disputa. De nada más.
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