Muchas familias, grupos de chats y círculos de amigos han tomado la sana decisión de dejar de hablar de política para evitar debates interminables y rupturas irreconciliables. Loable y comprensible: la conversación pública y privada ha derivado en una polarización encarnizada y perversa que termina por contaminar muchos otros aspectos de la vida cotidiana. Pero es más fácil decirlo que hacerlo. Un meme genial o un incidente obliga a alguien a compartir “solo por esta vez” algo imprescindible, pero que otro considera una provocación inaceptable o genera una réplica indignada. Lo cual me hace recordar la célebre sentencia de Dostoyevski “Intente imponerse la tarea de no pensar en un oso polar y verá al maldito animal a cada minuto” (Notas de invierno sobre impresiones de verano).
López Obrador ha conseguido, para bien o para mal, que la conversación pública gire en torno a él casi de manera obsesiva. La prensa, las redes sociales y en general la opinión pública terminan por remitir prácticamente todos los temas de la agenda a la 4T, trátese del COVID, de Trump y las elecciones del país vecino, las dificultades económicas, la contaminación, las congestiones de tráfico o el estado del cine nacional. En la práctica muchos actúan como si esos problemas no existieran antes de 2018 o nunca habrían aparecido si otro partido hubiese ganado las elecciones.
Para algunos hablar de AMLO se ha convertido en un desahogo terapéutico, el punching bag perfecto al cual atribuir los males crónicos y coyunturales; algunos quizá de manera justificada, otros no tanto. Tronar en contra de la 4T sirve lo mismo para conjurar una penuria económica familiar que una recaída de salud. Alguno de mis conocido ha citado al tabasqueño como el origen de su depresión personal y otro le atribuye la razón de fondo para su crisis matrimonial.
Considerando que le quedan cuatro años a este sexenio, sería deseable invocar menos a López Obrador como un factótum responsable de todos nuestros males; entre otras cosas porque distorsionan y hacen palidecer otros aspectos esenciales de nuestra realidad que podrían encontrarse en el ámbito de nuestra competencia.
En ese sentido, tendríamos que acotar los alcances reales de la intervención presidencial en nuestras vidas. Si bien es cierto que los medios de comunicación están obsesionados con la polarización y la micro gestión de cada incidente de la vida pública, el impacto real del Ejecutivo en la vida cotidiana de cada uno de nosotros es mucho menor de lo que le atribuimos. Entre otras cosas porque la vida económica de México depende más de la recuperación del vecino del norte que de las declaraciones, así sean incendiarias, de nuestro mandatario. En un mundo globalizado y complejo como el que vivimos las decisiones de Trump, Macron o AMLO tienen mucho menos impacto sobre sus gobernados de lo que creemos.
Con López Obrador o sin él, la pandemia o la crisis económica nos habría golpeado con una intensidad brutal. Basta ver lo que está sucediendo en otros países. De allí lo absurdo de reducirlo todo a lo que hizo o dejó de hacer el gobierno. Solo podemos especular sobre lo que habría sucedido si el desplome económico y la crisis sanitaria hubiese sucedido en un sexenio como el de Peña Nieto. ¿Cuánto del supuesto rescate, con cargo al endeudamiento público, habría terminado en los contratistas abusivos de siempre? ¿En licitaciones de hospitales y camas de terapia intensiva vendidas a cotizaciones suntuarias? Pero más importante, ¿que habría pasado con la mitad más desprotegida de la población que no habría sido incluida en esos programas de rescate?
Pese a la belicosidad verbal que calienta los ánimos de los círculos de negocios, el gobierno ha intentado dar certidumbre a las principales variables macroeconómicas y lo ha conseguido: la inflación está bajo control, la paridad del peso y las reservas internacionales se manejan con responsabilidad, no hay contratación de deuda y se mantiene el déficit público con mayor mesura que en administraciones anteriores. En términos de gobernabilidad, López Obrador ha sido una fuente de estabilidad al constituir en una esperanza para los millones que habrían salido mayormente golpeados por la tragedia económica. Se habla mucho del millón de empleos perdidos en la economía formal (de un total de 20.5 millones), pero muy poco de los 10 millones de empleos de la economía informal que se perdieron en la primavera. ¿Qué habría pasado con la indignación y la rabia que podría haberse desbordado en el contexto de un gobierno que sólo hubiese visto por las clientelas de siempre?
Desde luego, eso no exime a la 4T de considerar desaciertos y someter a la crítica todo aquello que podría haberse hecho mejor. Y ciertamente se necesita una opinión y una participación ciudadana en los asuntos públicos, pero también es cierto que la sobrepolitización de nuestra propia realidad puede conducir a descargar en otros lo que podría estar al alcance para mejorar nuestro entorno inmediato. Sería deseable dejar de pensar en el oso polar por un rato, aunque resulte difícil y el propio oso insista en hacerse presente.
@jorgezepedap