Por las márgenes del río se arrastran las hojas del otoño, llevan tatuadas las cuatro estaciones del año. Se juntan en noviembre cuando la luna es más brillante para ser los modelos preferidos de los pintores melancólicos.
Pasan los días como las hojas en las calle y al fondo estacionan la melodía donde desaparecen en un punto infinito sin gente.
Las horas y las conversaciones se han vuelto pandemia todo el año y lo queda de este.
En las cuarterías, se arrancan las palabras que salen locas a buscarse en los aparatos móviles. Dos se abrazan y se dan likes virtuales. La calle es un mar de cubrebocas, pececillos blancos y negos, azules y rosas, pastelillos en la boca con hambre.
Curadas de un sueño las calles vuelven otra vez a las calles. Las calles tienen pandemia, sol que sale a veces cuando no lo ven irse solitario. Tierra de la escarbada muchas veces, buscando agua potable, las calles tienen otras calles soñadas.
Cuando hay pandemias dicen en principio que se acabará el mundo. Nunca se acaba. Se acaba para unos, eso quieren decir los rumores, las alertas que anuncian tempestades y nos previenen de este lastre. Y las hojas siguen pasando, se juntan nuevamente antes de concluir cada año.
Se sabe que no habrá regreso a clases pronto. Los empleos son oficinas vacías. Las calles son el drama del Coronavirus pintado por un pintor triste. No hace falta salir a la calle para darte cuenta que no hace falta que salgas. No eres muy importante, o por eso mismo.
Los parques se cansaron de esperar a los chavos de la última banda que se juntaban por las tardes después de la escuela.
Los huecos de los gritos ahí quedaron con su mutismo entre las bardas.
De ahí son las hojas que pasan, bajaron por las escaleras que quitaron y cayeron en la luz de una única lámpara. Todo eso vio el pintor abstracto que cree pintar realidades.
Nosotros los eternos mientras estamos pateamos un bote, pastoreamos un marrano en la banqueta, somos chancletas y escuchamos estaciones de radios con melodías continuas, sin parlamentos. Duramos todo eso.
Antes de que termine el año comienzan a salir las cifras, saltan al rostro con su resumen las imágenes claras de los momentos más impactantes que ocurrieron durante el año. Estamos en ellos. Somos la risa que se escucha todavía. Los gatos son los gatos mismos que maúllan y los perros ladran y nosotros hablamos pensando en todo al mismo tiempo que no es nada. Como las hojas, crujidos juntos, cascadas de agua que nacen en cada caída.
El pintor se incorpora frente al parque y mueve los ojos y el cuerpo busca el caballete. Lo dobla como su cuerpo, lo guarda como un almuerzo y tranquilo sale de este cuadro hecho con los dedos.
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA