Alguien inventó las calles alrededor de las manzanas. Se hubiera puesto a dar vueltas como ahora la raza. Amanecen dando vueltas a la manzana mientras conversan por el celular y se informan. Informan en lo que saltan un cordón, corren un rato, y se cansan. Si nadie los ve se detienen, si los miran le siguen. Hasta caer de ancho. por decir algo.
El caminante sabio evade una cascara de platano, regaña al perro que corre a esconderse. Y se detiene. Nadie lo ve caer o resbalar, hacer el rídículo, saltar para jugar al avioncito dibujado con tiza, con hojas de naranja cucha.
Son cuadras de cien metros más o menos, donde cuentan los niños sus pasos hasta que son grandes. Todavía de viejos.
Calle es una banqueta estrellada con gráficos sorprendentes y sísmicos, canicas encontradas y trompos enterrados. La calle es esta vez camino y otra cancha de fútbol. Es el lugar de trabajo, el paso de las abejas, es río crecido, vado, correo, estampida, grito desaforado.
La calle existe antes de las casas para que la gente pueda llegar a esa construcción con techo a cubrirse del agua. Es un resguardo del agua, por si un océano. El resto es naturaleza y calle que un día apareció pavimentada con postes en cada esquina. Alguien vende nueces y dulces de leche quemada.
En la calle sacas el otro diccionario. Promueves un varo, buscas muchos otros pesos que ves de reojo pasar como peces por las ventanas de un banco. En la calle se rifa la vida, el suéter, el martillo y el yunque. Se empeñan las ganas, las fuerzas y el blanco de los ojos viendo al techo.
Se podría decir que estamos locos. Pero nadie se atreve. Al contrario, loco es quien lo niega tres veces ante la culpabilidad manifiesta. Tampoco hay un cuerdo. No existe alguien así con nombre y apellido, con el añadido certificado de estar bien de la calavera. Habría que analizar a cada personaje.
La calle hace frío, es donde uno se moja y se cae de bruces.
Es en la calle donde uno queda a veces. En la intemperie, después de un baile. La calle es el producto de los destinos, la prisa, el mágico sentido que es movernos y que todo tenga un resultado para contemplarlo o para llevarlo puesto en un himno.
Alguien pasó corriendo y alertó a los vecinos que cenaban frijoles con huevo, arrancó el estupor del vecino, y el perro ladró en voz baja para cumplir con su dueño.
Es en la calle donde dos que se encuentran se hablan o dejan de hablarse. Se destinan un aplauso o una rechifla. Te premian o te crucifican. Te hacen perro del mal y te felicitan.
Desde temprano la calle esclarece las sombras y pinta sus bardas. Después las casas escurren las texturas dibujadas que rajan la tela, emborronan el papel donde hay un croquis que anuncia la calle que antes era.
Por alguna razón desconocida en la calle preguntas la hora, ves los rostros de quienes te encuentras, los cuentas, clasificas la variedad de la especie, el especimen raro, la rara avis, el humor negro, sucio, y la encantadora sonrisa en un estuche de monerías.
Escucha. Sólo tienes que asomarte, andar unos cuantos pasos para estar seguro, luego el viento en la cara, las personas que te conocen, los extraños pasajeros. Luego nadie. Un tramo vacío donde antes estuvo alguien.
Las calles vinieron de lejos, entran por todas partes, encabezan la marcha que lleva gente a las plazas, a los barcos, a los amaneceres de una ciudad bonita como ciudad Victoria.
HASTA PRONTO
Por RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA