Incluso en el escenario de que Donald Trump pierda la elección, un discurso habrá ganado terreno de manera significativa en Estados Unidos. Racismo, xenofobia, misoginia, homofobia, intolerancia, entre otras aberraciones, son piezas que le funcionaron más que bien al todavía presidente de la Unión Americana. Quizá no le alcancen para ganar un segundo término, pero eso no las hace menos perniciosas en aquel país, ni menos vigentes fuera de ese territorio.
Tan fatídica herencia no se desvanecerá de un día para otro en Estados Unidos: prácticamente la mitad de la población y no pocos estados de manera mayoritaria la secundaron con fuerza, partiendo a ese país en dos. Pero otras sociedades también deben tomar lecciones en cabeza ajena del mensaje de las urnas del martes pasado.
Y todo lo anterior dicho sin la certeza del conteo final en estados cuyo ganador hace falta dilucidar,
y sin tomar en cuenta lo que resulte de la colección de marrullerías que el inquilino de la Casa Blanca quiere intentar –por la vía legal o y fuera de esta– para retener el poder “haiga sido como haiga sido”.
La política convencional debe tomar apuntes de cosas sabidas pero amenazadas. En estos tiempos, Trump ha demostrado en dos elecciones lo rentable que resulta dividir a una sociedad explotando el resentimiento de algunos segmentos, ofreciendo salidas mágicas, avivando ideas nativistas y descalificando la legitimidad de todo aquel que piensa distinto.
El hecho de que a pesar de lo visto desde 2016 –cuatro años de nepotismo rampante, cínica corrupción, negligencia frente a la pandemia, desdén por la ciencia e indolencia frente a las demandas de las mujeres– no sólo no hayan impedido a Trump competir de nuevo, sino que lo pusieron en la antesala del triunfo, nos deja muy claro lo complicado que será para aquellos que vendan la ‘anticuada’ idea de que arreglar los problemas implica un camino largo, y sin garantías, que tiene además en la ley límites y en la prensa un crítico vigilante.
La elección estadounidense deja otras lecciones, como que no hay árbitro capaz de regular a la propaganda suelta en redes sociales que permita orquestar la difusión de rumores para manipular voluntades.
Dejada al albedrío del libre mercado, sin vigilancia ni límites de ninguna clase, en la conversación pública ganará el ruido incluso si en ella participan actores de potencia, como MSNBC o NYT, que terminarán siendo aislados por olas de discusiones prefabricadas desde maquinarias de propaganda y noticias falsas.
Porque si Trump pudo espantar a demasiados con el petate del muerto de demócratas = socialismo, en otras latitudes no faltará quien retome ese método para dividir, mintiendo sobre los opositores, despreciando el diálogo y la tolerancia, privilegiando una agenda sectaria, antes que una mayoritaria.
Independientemente de si Trump, llevando las normas al límite en actos partidistas desde la Casa Blanca y mítines que ponían en riesgo la salud de sus simpatizantes, logró una campaña que electrizó a su electorado, no hay que olvidar que esos eventos de campaña fueron siempre un homenaje a la xenofobia, donde la crueldad del candidato republicano fue aplaudida y hasta admirada.
Mientras llegan los últimos resultados de EU queda iniciar una reflexión sobre lo que será preciso hacer para que el resentimiento de tantos no sea explotado por los más inescrupulosos, y construir opciones donde esté claro que una empatía que se queda en el discurso, que una democracia que deja a demasiados al margen del progreso, sembrará las tormentas donde aparecerán como salvadores providenciales los Trumps de todas las épocas.
No está fácil, pero es lo que toca.
POR SALVADOR CAMARENA