La pandemia de covid-19 cambió la forma en que vivimos, pero también exacerbó problemas ya existentes. Vivimos una crisis sistémica: sanitaria, económica, política y social, en ésta última destaca la desigual-
dad de género. El personal de salud enfrenta un golpe particularmente duro, pero no está exento de padecer las otras consecuencias de la crisis. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 70 % de la fuerza laboral sociosanitaria son mujeres. De acuerdo con las cifras publicadas por Amnistía Internacional el 3 de septiembre pasa- do, en el mundo han muerto al menos siete mil profesionales de la salud por covid-19. Los tres países con las cifras estimadas más altas son México (1320), Estados Unidos (1077) y el Reino Unido (649). En el contexto presentado por la OMS, surge el cuestionamiento acerca de la proporcionalidad de mujeres trabajadoras de la salud afectadas, así como los factores contribuyentes que rodean a la elevada mortalidad. Todo
lo anterior nos conduce a la pregunta obligada: ¿la pandemia de covid-19 está agravando la inequidad de género entre el personal de salud?
Las mujeres seguimos recorriendo un largo camino en la lucha por la igualdad. La Academia Nacional de Medicina en México, creada en 1864, admitió a la primera mujer casi un siglo después
de su fundación.1 A nivel directivo, en los trece Institutos Nacionales de Salud (INS), en 2018 destacó la doctora María Elena Medina Mora como única mujer
a cargo de un INS, al frente del Instituto Nacional de Psiquiatría.
En 2017, del total de alumnos de primer ingreso a la licenciatura de Médico Cirujano en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) 67 % eran mujeres y 33 % hombres; en
la licenciatura en Enfermería, 74 % eran mujeres y 26 % hombres. Sin embargo, a nivel profesional la disparidad de género prevalece: en 2017, 147 910 médicos especialistas ejercían su profesión en México, 37.4 % mujeres y 62.6 % hom- bres. La relación general fue de 1.7 hombres por mujer, la cual varió según la especialidad: en algunas tradicional- mente conformadas por hombres, como Urología, la relación fue de 45 hombres por cada mujer.
La pandemia también agravó la brecha de género en investigación. A la fecha de publicación de este artículo, de los ensayos clínicos sobre covid-19 coordinados en México, más del 90 % tienen como investigador principal a un hombre y sólo en un mínimo porcentaje la investigadora principal es mujer. Esto se reflejaba ya en el Sistema Nacional
de Investigadores con sólo 0.02 % de mujeres que alcanzaron el nivel emérito, el máximo en productividad académica.
Para tratar de responder nuestro cuestionamiento inicial, compartimos algunos testimonios de lo que han vivido algunas trabajadoras de la salud durante esta pandemia.
Enfermera, mamá y maestra. Una consecuencia del confinamiento es la acentuación de la desigualdad en el reparto de labores no remuneradas de cuidado. Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), las mujeres realizan al menos 2.5 veces más trabajo doméstico que los hombres, el cual se ha incrementado recientemente debido a la estancia de hijos en casa. Maricruz Cruz Ramos, enfermera oncóloga, expresa: “Con orgullo llevo laborando 33 años
en el Centro Médico Nacional 20 de No- viembre. Sin embargo, parte de mi vida la he dejado ahí. Todo ha cambiado con esta pandemia, me duele no compartir más tiempo con mi hijo porque llego cansada. Tienes que llegar a hacer la comida, tienes que revisar las tareas que le dejaron a tu hijo. Resulta que ahora, siendo enfermera y mamá, también nos hemos convertido en maestras. A veces el cansancio agobia y a mi niño le cuesta trabajo entenderlo. En el hospital, cuan- do los pacientes me dicen: ‘Qué bueno que ya se va a descansar’, yo sólo sonrío porque sé que no es así, tengo que llegar a hacer labores en casa”.
Seis meses y contando. La pandemia de covid-19 ha sido también una pande- mia de padecimientos psiquiátricos. Un estudio en el epicentro de la pandemia en Wuhan, China, reportó que el 71 %
de las trabajadoras sanitarias refirieron síntomas de depresión, ansiedad y estrés postraumático.2
Medina Mora y colaboradores ya
lo habían reportado: “Las mujeres presentan prevalencias globales más elevadas para cualquier trastorno de salud mental”.3 Y en esta pandemia, ¿cuáles son los retos en salud mental para las trabajadoras? La doctora Lucía Ledesma, neuropsicóloga del Centro
Médico Nacional 20 de Noviembre y creadora de proyectos de intervención en salud mental como el can de terapia Harley el Tuerto, observa: “El papel de
la mujer dentro de áreas de atención covid-19 puede definirse como con- tundente, tangible, valiente, entregado, comprometido, desafiante. Sobrepo- niéndose a la angustia de contagiarse o contagiar a sus seres queridos; de perder en el camino pacientes, padres, parejas por covid-19. Se ha perdido parte de la vida cotidiana para dedicarla a asearse compulsivamente, ponerse crema en las heridas del rostro, irse a vivir a un hotel o en cuartos de renta donde sólo se llega a dormir, no sin antes realizar videollama- das para atender a la familia a distancia y enfrentar el día siguiente. Así han pasado seis meses de la mujer que desde el inicio de la pandemia aceptó su destino con cierta resignación, una ya ensayada en circunstancias de adversidad de otros tiempos, con pandemias personales y la misma integridad. Seis meses y contan- do”.
Justicia para María Elizabeth. A mitad de la contingencia sanitaria, la comuni- dad médica fue sacudida el 8 de junio de 2020 con la desaparición de la doctora María Elizabeth Montaño, jefa de Área en la Coordinación de Educación en Salud del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) y mujer transgénero y activista. Fue encontrada sin vida y se desataron reclamos por justicia a nivel nacio-
nal ante un proceso de investigación irregular. México es el segundo país en índices de violencia hacia la comunidad LGBTQ+ y con un promedio de vida de 35 años para las personas transgénero, según lo reportado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en 2015.
Es un hecho conocido la violencia ejercida contra el personal de salud tanto por la población que atienden como por sus pares, en particular en etapas formativas. Silvia Ortiz y colabo- radores reportaron en 2014 que el 98.5 % de médicos residentes manifestaron haber sufrido al menos una conducta
de violencia durante los últimos seis meses.4 En 2006 la OMS reportó a las trabajadoras en salud como principal blanco de hostigamiento. Sin embargo,
existen pocos registros respecto a la violencia ejercida contra el personal de salud LGBTQ+ y no se cuentan con medidas para prevenir y erradicar la homofobia, bifobia o transfobia en el área de la salud.
En la Conferencia Internacional de Educación en Residencias de 2019, María Elizabeth expresó sobre su expe- riencia al transicionar de género siendo servidora pública en salud: “Las cosas pueden ir muy mal, te pueden excluir totalmente del sistema e ignorarte y tus funciones para la sociedad ser menos- preciadas”.
La discriminación es perpetuada también por las nuevas generaciones con consecuencias graves. La doctora Valeria O., médica recién egresada, relata su experiencia vivida este año: “Al hablar acerca de mi experiencia como médica de la comunidad LGTBQ+, la palabra que más me representaría sería miedo, seguida de tristeza. Me di cuenta de lo normalizado que está que un grupo de médicos hablen a puerta abierta de la médica ‘machorra’, ‘tortillera’; de cómo me veían mal mis compañeros porque no aceptaba el hostigamiento ‘del mejor médico de la Terapia Intensiva’ y que ellos justificaban que yo no lo consin- tiera, ‘Porque es lencha’. Viví de frente toda la discriminación que no había sufrido en la calle, en casa, en la escuela. Nadie te habla del ambiente hostil del hospital para una mujer y peor como parte de la comunidad LGBTQ+, que en varias ocasiones me orilló a pensar en
la muerte, la principal causa por la que decidí renunciar a la anhelada residencia médica”.
El impacto de la pandemia para las trabajadoras de la salud pinta un esce- nario oscuro por la escasez de iniciativas que abordan las problemáticas presen- tadas. Pese a los números que respaldan la importancia de la labor de las mujeres en salud, esto no se refleja en la toma
de decisiones para su protección en los sistemas sanitarios a nivel global.
Existe un gran reto por delante: en difusión, educación y en la implemen- tación de políticas públicas. La falta de representación de mujeres en puestos de liderazgo en salud, la nula promoción del equilibrio entre la vida personal
y profesional, el descuido de la salud mental, la violencia ejercida contra el personal en formación y el hostigamien- to a las mujeres por su género u orienta- ción sexual son urgentes de atender para garantizar la disminución de la brecha de desigualdad para las trabajadoras, pues esto derivará en mejores índices de calidad de atención médica.
Estos testimonios y las cifras pre- sentadas buscan hacernos reflexionar sobre cómo vive el personal que atiende nuestra salud día con día en México y evidenciar los retos magnificados ante la pandemia. Problemas que son un secre- to a voces en nuestro gremio deben ser visibilizados, pues son reflejo imperante de los problemas que afectan a toda la sociedad y que no se detuvieron ante una contingencia sanitaria. La lucha por la equidad, bienestar y erradicación de la violencia contra las mujeres es una ba- talla continua que debe interesar a todas las personas, porque sean trabajadoras de la salud o no, salvar a las mujeres es salvar a la humanidad.