Todo evoluciona, y el derecho no es la excepción, constantemente vemos nuevas corrientes jurídicas, renovados criterios, incluso en ocasiones podemos advertir hacia dónde va el sentido de los valores y principios que permean en los sistemas jurídicos.
Por eso, la forma de ver o interpre-
tar el derecho de ahora no es la misma de hace algunos años, eso se debe al constante dinamismo de esa área del conocimiento.
Hoy por ejemplo, escuchamos expresiones como “el libre desarrollo de la personalidad”, “proyecto de vida” o “interés superior del menor”, frases que hace algunos años no se conocían dentro del derecho y mucho menos se aplicaban.
Esta visión moderna, de manera general le da prevalencia ante todo al ser humano, al individuo, a sus intereses.
Poco a poco se ha ido perdiendo una visión social, que atiende aspectos generales en el derecho, por eso ahora cuando se cuestionan actos de autoridad en el debate público inmediatamente se piensa en una lluvia de amparos procedentes y fundados, a partir de la protección individualista de los derechos.
Parece ser que el egoísmo no es solo un tema que se ciñe a una sociedad que piensa y funciona a partir de lo superficial, lo material y lo económico, parece ser que este egoísmo también campea en el pensamiento obsesionado del individualismo en el derecho, olvidando por completo el bien común.
Quizá no se trata solo de ver el derecho desde una perspectiva genérica, pero irnos bruscamente al individualismo jurídico sin duda trae una perversion de los derechos y un libertinaje social.
Además, la óptica individualista se aparta de la moral, valor concebido como madre del derecho mismo; por eso, ante una sociedad netamente personalista lo único que nos queda es apelar a la conciencia social y la objetividad en su actuar.
De lo contrario, la descomposición social será acuñada por el egoísmo jurídico a través del ejercicio desmedido e individualista de los derechos,
y es que la procuración de los derechos no debe ser algo malo, pero al igual que la tecnología, su uso desmesurado y en exceso terminará por afectarnos incalculablemente.
Por ALFONSO TORRES CARRILLO