“Puedo contar la parte de todas las demás porque yo sé de donde vienen todas y de que pie cojean, todas, todas, todas, desde la drogadicta, la alcohólica, (la golfa) ufff… es mejor para ellas que yo no hable…calladita
me veo más bonita” así, bien amenazante la ex reina de la belleza mexicana Lupita Jones desafía a sus pupilas, a las que formó en su empresa de cuerpos y estereotipos de perfección femenina.
Antes, se enfrentó a las legisladoras de la Comisión de Igualdad de Género de la Cámara
de Diputados que presentaron una iniciativa, el 18 de marzo de este año, para reformar la Ley General de Acceso a las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, con tres modificaciones para tipificar la Violencia Simbólica, que consiste en que “a través de patrones estereotipados, mensajes, valores, iconos y signos, se transmita o reproduzca dominación, desigualdad y discriminación, en las relaciones sociales, naturalizando la subordinación de la mujer en la sociedad” y aquí entran los concursos de belleza que evalúan a niñas, adolescentes y mujeres con base a su apariencia física y estereotipos sexistas. Para Jones, esta propuesta “criminaliza la belleza”.
Sin embargo, las diputadas y colectivas feministas claramente identifican los patrones de violencia simbólica, sobre todo cuando, en las convocatorias
se pide a la mujer “ser soltera, no haber sido madres, tener menos de 25 años, medir 1.70, y sostener un cuerpo que se ajuste a la talla internacional de estos certámenes del 90-60-90. Si
en la estética alguna no cumple el requisito, no importa, se le arregla, se aplican las cirugías estéticas a que haya lugar con coste para el certamen, porque es una inversión, un “cuerpo bonito” que vende.
La propuesta legislativa busca reconocer una violencia que no estaba considerada en la ley y que se eliminen todos los concursos de belleza que se organizan desde entes públicos y que no se destine más dinero
público a organismos privados dedicados a ensalzar la violencia simbólica hacia la mujer.
Pero negocio es negocio, y antes muerta que sencilla, la empresaria de la belleza mexicana sigue tejiendo alianzas comerciales para que su evento subsista, contra viento y marea, a pesar de la pandemia y de las exigencias feministas, el concurso de este 2020, va. En juego está la corona que no quiere soltar Sofía Aragón, la “miss” 2019, que al pertenecer a otra televisora no podrá asistir al concurso y ahí empezó la lucha titánica de egos que vaticina un culebrón de miedo.
Como era de esperarse, las redes sociales y los programas de espectáculos se divierten y también venden a costas del desacuerdo de las mujeres, pagando justas por pecadoras, hacen referencias y juzgan con las frases hechas de “juntas ni difuntas”, “ellas solas se hacen daño”, “la Jones ya esta vieja”
o “son reinas ingratas” en la guerra de comentarios hirientes, que revictimizan a las participantes de estos concursos.
Argentina, Chile, Colombia, han cancelado ya algunos de sus concursos, en Europa algunos países los han suprimido y otros están cambiando las reglas, buscando el valor intelectual por sobre el físico de las participantes.
A cien años del primer concurso de belleza, que la historia registra en Estados Unidos en 1920 como un evento para hacer competir a mujeres vírgenes
por un premio, una idea que surge de hombres empresarios que obtuvieron las primeras remuneraciones por el evento, el patriarcado sigue marcando la pauta para la permanencia
de estos, aunque tenga que conseguir aliadas para los fines comerciales.
La misógina no es exclusiva de los varones, pero la sororidad es necesaria entre las mujeres. Lo que pasa con las “misses” no es un chiste, es un buen momento para el debate y la reflexión. Urge erradicar los patrones estereotipados de violencia hacia la mujer, marcados por el patriarcado.
Por GUADALUPE ESCOBEDO CONDE