Camino por la banqueta del cine avenida, por el 17 Allende en Ciudad Victoria. Cuando paso por aquí me acuerdo de este momento y me parece que siempre he permanecido aquí aunque haya estado en otra parte. Si en el futuro este cine existe seguiré aquí en la banqueta viendo las carteleras y a la gente a su paso y el techo ocupado por los pichones.
Lo cierto es que estoy aquí. Me puse los mocasines de gamuza café. Otra vez no me los puse al revés. Algo tienen mis pies o los zapatos no tienen la forma porque cualquiera se equivoca, eso no lo entienden los grandes que se abrochan solos los zapatos. En la mano izquierda traigo una caja de chicles que comenzaré a vender en cuanto llegue la gente. Por mientras miro cómo llega emocionada con los ojos únicos de cuando uno llega al sitio que quiere. Ya han de ser las tres. Vengo antes de que empiece, muy puntual aunque no haya llegado nadie.
Llega el operador y comienza a dar vuelta el carrete grueso hasta que se detiene para que respire la gente. Decía que estoy aquí, si alguien pasa, si así lo desea le vendó un chicle a 15 centavos, no puedo darlos a 10 como muchos quieren. Entonces pasan otros y me dejan la feria de 50 centavos y no se lo digo a nadie.
Por la noche los contaré en mi refugio secreto, aunque nada más esos sean. Veo al señor que está en la puerta de entrada donde si uno pasa el señor te mocha los boletos, y uno puede decir estoy adentro y no afuera, como yo ahorita, ni modo.
El señor es güero, muy güero y de complexión amplia. Se ve que es una buena persona, siempre está sentado, nunca se para, ha de ser porque llega pronto de su casa, creo que vive aquí cerca.
Luego él abre la puerta, comienza la venta de boletos. Cuando una chica muy hermosa, que hasta yo que soy chavo, bueno no soy un chavo, soy un niño, no debo andar diciendo esto, pero ese día que le toca con sus ojos grandes, su pelo amarillo castaño, sonríe uno. Por eso en el futuro a ver qué hago con todos esos recuerdos. Decía que el día que a ella le tica vender los boletos el cine se llena.
Vaya que en Victoria hay chicas guapas. Se dice como si fuese muy fácil. Tal vez lo sea. P or lo pronto vendo chicles y ya estoy mascando uno, no tardan en pasar los clientes y apúrate escribiendo o no terminaré de contarte. Me dejan venir a vender porque vivo en la otra cuadra, también voy solo a la tienda donde me fían las cajas de chicles pues está en la esquina, cosa de correr o mejor caminar, porque la otra vez me enterré un vidrio y me salió sangre.
A la escuela me lleva mi hermana pero me deja a una cuadra porque me da vergüenza y no dejó que me tomé de la mano, espero que nadie me haya visto, no sé porqué, a veces me arrepiento y ando pensando, hasta sudó más cuando corro.
Poco a poco el cine se llena. La gente me mira y me compra o nada más me mira. Siempre acabo toda la mercancía y con eso justifico que agarre pronto el mío, un chicle Adams de 4 pastillas. Cuando me compran de 5 para arriba ya es mayoreo, para mí con 5 clientes de esos me hago rico si vinieran todos los días, pero a veces no vienen, y el cine está vacío.
Los novios son bien buenos cuando me compran, pero son de los que tienden agarrarme la cabeza. Una señora quiso cargarme y todavía me da risa. A 15 centavos, antes valían 10, no hace mucho todavía.
Pensaba que cuando sea grande compraré un carro, pero he ido cambiando de idea, compraré un aeroplano, ya sea un avión o un helicóptero, total los estoy imaginando. Tampoco seré grande hasta que lo sea, y para que eso ocurra falta un chingo todavía.
HASTA PRONTO