Los mitócratas pudieron optar entre cambiar la realidad o sólo la terminología que la describe. Prefirieron esto último. Para ello, diariamente emplean palabras que pretenden eliminar la carga negativa que algunos conceptos fueron adquiriendo en el terreno político con los años, presentando alegóricamente imágenes que pretenden renovar la confianza del electorado.
Así, no es lo mismo decir “desvío de recursos”, que “aportación de fondos para el movimiento”, como tampoco afirmar “me preocupa su inexperiencia”, que “le tengo mucha confianza”. La intensa labor del Ejecutivo federal para formar una narrativa se despliega diariamente tomando prestados eventos, frases y logros de personajes que fueron parte de nuestra gesta histórica, con independencia de que ninguno de ellos hubiera militado a su lado, dado que los motivos y razones que les hicieron tomar las armas o incursionar en la arena política, nada tienen que ver con la obsesión de retener el poder que mueve al inquilino de Palacio Nacional.
Es decir, ninguno de los próceres de nuestra historia habría ostentado la polarización de los mexicanos como divisa ni tampoco habría aceptado un evangelio que impone a un solo y predestinado dirigente. La forma en que se aferra al poder lo acerca más a Calles o a Obregón que a Madero, cuyo antirreeleccionismo, hoy haría nugatorio el plan de los partidos que le apoyan.
Además, Juárez llegó por renuncia del Ejecutivo, aunque luego encontró la forma de mantenerse en el poder, hasta que la muerte lo retiró del encargo. Su austera visión la impuso el empobrecido erario federal y no su personalidad. Las Leyes de Reforma veían más por enriquecer al tesoro nacional, que por apoyar a los que menos tenían.
Si bien Hidalgo pudiera compartir la visión de un masón confesional, es claro que nada tiene que ver con la 4T, tan es así que las referencias a su paso por la historia escasean, sino es que son prácticamente inexistentes. Imagínense” es uno de los términos que más se emplea, preparándonos para la segunda mitad del sexenio. Sí, es claro que, a este paso, los logros y resultados los tendremos que imaginar, porque difícilmente llegarán, al no contar el ungido con un equipo experto y conocedor que pueda alcanzarlos.
En efecto, cualquier persona que siga el discurso oficial, sabe que son directamente proporcionales la cercanía al corazón del Presidente y el alejamiento del perfi l idóneo para ocupar un puesto en el gabinete. Se habla mucho de una derrota moral, cuando en los hechos, tenemos la peor caída del PIB; el entorno más violento, y el más escandaloso crecimiento del crimen organizado del México posrevolucionario.
Los cárteles han emprendido un grotesco reparto territorial, ante el desdibujamiento de la presencia del Estado, siendo patente la indiferencia de éste para combatir las actividades del México informal, el cual, por oculto, no es menos corrupto. Si moralmente los recién llegados arribaron en la indefinición, hoy abundan ejemplos y circunstancias que los hacen entrar con gran facilidad en el mismo costal en el que están sus antecesores. Sin dificultad, el Ejecutivo sostiene haber acabado con la corrupción, al tiempo de justificar la necesidad de imponer draconianas medidas de control político, para combatir lo que supuestamente ya no existe.
Esto, a sabiendas de que es claro que nunca fue un problema de leyes, sino de su inaplicación. Es imposible no advertir la incongruencia, se dice mucho, pero se hace poco. Más que una nueva normalidad, se trata de otra forma de ser de la inmoralidad.