La infección presidencial de COVID-19 marcó el fin operativo de la estrategia política en modo de epidemia para convertirse ya en una situación de emergencia tipo peste. Sin decisiones de Estado para romper las cadenas de contagio y a la espera de alguna vacuna milagrosa en más de 250 millones de dosis en tres meses, las cifras de infecciones y de muertos seguirán aumentando en proporción geométrica.
La imagen del presidente de la república en labores cotidianas sin contagio y sin uso de cubrebocas ofrecía un cuadro de virus más o menos acotado. La infección al presidente de la república, sin importar el grado de peligrosidad, rompió con esa extraterrenalidad simbólica: cualquiera puede ser víctima del virus.
Y si a esa nueva situación de imagen se agregan testimonios y realidades de rebasamiento de la capacidad sanitaria instalada y el aumento de infecciones y muertes, entonces pronto se tendrán retratos de enfermos y muertos en las calles o en los quicios de sus casas, aunque por ahora hay fotografías de hospitales, morgues y funerarias sin contener el número de víctimas.
Por lo tanto, llegó la hora del Estado. El nivel de afectación social y política provocada por el virus reúne las condiciones para dibujar una crisis de seguridad nacional. La permisividad de finales de año que se aprobó para impedir la quiebra de empresas está pasando la factura con infecciones y muertes por falta de educación y de decisión del Estado para hacer respetar, inclusive, esas reglas laxas.
En España, Francia y otros países llegaron a la decisión extrema de seguridad nacional de decretar estados de excepción para disminuir la circulación de personas en las calles. En los EE. UU. de poco servirán los billones de dólares de ayuda del gobierno si no se toman las decisiones de fuerza de imponer restricciones a la circulación de las personas en las calles.
La estrategia gubernamental de atenuar los efectos simbólicos del virus con discursos, señalamientos de vacunas y la invulnerabilidad presidencial agotaron sus posibilidades sobre todo porque no existen condiciones reales en el mercado para acceder a vacunas ni se tiene un verdadero plan de vacunación masiva y el sistema de salud está desbordado.
Los datos revelan que el año 2021 comenzó con una segunda ola dentro de la primera por el aumento de infectados y el saldo diario oficial de víctimas fatales. El segundo problema de la crisis está en la falta de recursos económicos para financiar al actual siste-
ma de salud y de atención de emergencias. La imagen del doctor López-Gatell ha sido aplastada por la realidad de las cifras: el virus no se puede combatir a periodicazos optimistas.
POR CARLOS RAMÍREZ