El hombre común atisba y se asoma por la ventana cuando hay un incidente, cuando un accidente, un suceso extraordinario, una espera en la esquina. El hombre busca el morbo y se ve al espejo.
El hombre busca sin saber qué y lleva una vida incidental. Sin embargo sale a representar los lugares más simples de su presente. El ser anónimo es un ir y venir, un remolino. Hemos cambiado la forma de agazaparnos en las casas. En el mismo hueco de la patria se hace una fogata.
Hemos cambiado la infancia por las bardas más altas, y quien pasa afuera es un desconocido. Antes sabíamos el nombre de sus pasos y el de sus hijos. Hemos hecho a un hombre común en el olvido multitudinario que sabe más que nosotros.
Cada quien hace su camino aunque sea el mismo. Nadie repite la historia de una pisada, ni se escribe un libro. El hombre observa el mundo pero también las camisas tendidas en el aire, sus zapatos sucios, su mancha negra, sus refugios siniestros. En los oscuros callejones recoge la sombra del gato, las gotas invisibles de agua nocturna.
Pero el hombre quiere ir más recio, llegar más lejos y no se cansa de hacerlo. Luego recoge lo que queda en sus escasas pertenencias y vuelve a ser un hombre común que vuelve a casa. Es un pequeño latido junto al de una mujer dormida, un animal callado y despierto. A mitad de la noche.
Por más que se asomen los vecinos la historia es la misma que la de ellos. Por eso se la saben. Nadie sabe cómo se llama el sujeto a saber y nadie sabe. Los datos de la biografía ya preguntada pueden ir muy lejos pero la de un ser así de pronto puede que sean dos palabras. Lo vi en la mañana. Pudiese ser una respuesta. No lo recuerdo, aunque lo recordaras, sería otra respuesta.
Entonces, emocionado, lo común es que el hombre culmine su jornada en descalzos silencios, lagunas con barcos mentales, dos frases que recoge por sí hay que ser felices, unos ojos de mujer, un instante, un dolor, un ligero latido descansando. El resto es un ladrillo antes de sacar el concreto con el que se pega la noche.
El hombre quiere saber si siendo rico se es un vencedor, pero los vencedores vienen de lejos. Y a penas dos pasos les bastan. Triunfa ignorándolo. A veces triunfa el que no se rasura y tiene éxito por eso. Y todo eso hace que el hombre común comience de nuevo su círculo vicioso.
Al inventarse, el hombre usa la ropa que le acomoda, el ademán, la risa rajada en la cara, los ojos atravesados a propósito.
Si corre nadie irá tras el. Sabe que si grita no falta quien llame a la policía y a la prensa, a los chiquillos que todo suben a las redes sociales. Por eso sale de casa como si nada pasara cuando nada pasa, bien que sabe que una palabra es una palabra y muy cara.
A pesar de su oficio de hombre común. Lo común es que haya elevado un papalote. Que se haya caído sin decirlo a nadie. Hubiésemos hecho el mínimo esfuerzo por quedarnos callados. Alguna vez se le pasó el micro y juró venganza.
El sujeto pudo haber estado al acecho destruyendo su historia y la de todos nosotros juntos y unidos contra el enemigo.
Acaso le vimos crecer, recolectar iguanas, tragar mariposas amarillas. Ducharse en la lluvia, derramar un vaso, llevar un apodo, ver por la ventana sin morbo, ver cómo pasa el tiempo por la ciudad.
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA




