Se va a caer, el patriarcado se va a caer, es el grito de guerra de las feministas en emergencia global por la violencia de género. Y cayó el gobernador de Nueva York, acusado por sus compañeras de trabajo que vivieron el acoso y abuso sexual que se impone desde el poder jerárquico y político. Para colmo de sus males, le sustituirá una mujer, Kathy Hochul, la primera en llegar a ser gobernadora de esa localidad.
Andrew Cuomo no cae sólo, con él se va al tambo de la basura sus ganas de ser presidente de Estados Unidos y la dinastía familiar que lo colocó en el poder. El político demócrata recibió apapacho de su amigo y presidente Joe Biden que se muestra triste y aún ensalza el trabajo del acusado, y quizás fue muy buen político, pero tiene un gran defecto y debe afrontar las consecuencias.
El caso sienta un precedente, aunque de este lado de la frontera nadie pone sus barbas a remojar, aquí a ningún político, directivo o jefe le hace eco en su conciencia la noticia del hombre que cae por crear “un clima hostil de trabajo” “acosando sexualmente a múltiples mujeres, muchas de ellas jóvenes, con tocamientos, besos, abrazos y comentarios inapropiados” por casi una década, del 2013 al 2020 según la acuciosa investigación que detonó otro MeToo. Ojo, no lo acusan de violación, como a otros acá, le denuncian por acosador.
Pero ¿Cómo es que nadie vio nada? ¿Cómo ningún compañero o compañera de las víctimas lo supo? o ¿Cómo actuó solo el abusador sin ser reprendido? La respuesta está en la normalización de estas conductas. Todos lo vieron acosar y lo pasaron por alto, el mismo infractor aduce que el beso en la mejilla o brazo por encima de su empleada no era con mala intención. Peca de ingenuo o de cínico.
La sentencia es clara, “es una conducta que corroe cada tejido y el carácter de nuestro Gobierno estatal, y aporta luz sobre la injusticia que puede estar presente en los más altos niveles del gobierno” señala el texto sobre esta investigación.
En México, antes de la pandemia, el gobierno reconoció que el 39 por ciento de las 55.7 millones de empleados son mujeres, y estas laboran en una atmósfera hostil, en situaciones violentas tanto de manera horizontal como vertical, es decir en el trato con sus superiores o entre pares, reportando casi de forma generalizada incontables situaciones de abuso y acoso.
El “Diagnóstico de hostigamiento sexual y acoso sexual en la administración pública federal 2015-2018” realizado por la CNDH registró 402 víctimas de hostigamiento y abuso en las instituciones. Se habla de las denuncias, no de las sanciones.
En tanto, la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares del 2016, reveló que casi el 27 por ciento de las trabajadoras experimentaron un acto de tipo sexual en el ámbito laboral, sus principales agresores son sus compañeros de trabajo, seguido de sus superiores jerárquicos. Y el motivo principal para dejar el trabajo “fue el acoso o falta de respeto que se ha incrementado en un 70 por ciento de 2005 al 2019, lo cual evidencia una atmósfera hostil”.
Este análisis sustenta el Protocolo para prevenir, atender y erradicar la violencia de género en el ámbito laboral, que presentó en marzo del año pasado Luisa Maria Alcalde, Secretaria del Trabajo, quien reconoció que las actitudes de violencia se han normalizado en la cultura y la sociedad, se trata, apuntó, de “un acto que tiene como base el odio irracional contra la mitad de la población”. Pero el protocolo no lo conoce nadie, nació como letra muerta y no da indicativos de sanciones, son puras buenas intenciones.
Conviene saber, que muchas mujeres invisibilizan el acoso, debido a que la cultura machista ha permeado en ellas y la sutil violencia la pueden percibir como “caballerosidad”. Pero la pandemia obliga ahora a la sana distancia y con esto se logrará evadir el “besito” de los buenos días laboral y otras conductas impropias, pero, hay que seguir alertas, del abuso del espacio físico, pasamos al acoso digital.
POR GUADALUPE ESCOBEDO CONDE




