El expresionismo abstracto es algo que en la materia no existe, representado como un sentimiento por medio del matiz en un trazo o en la mancha absurda de un cuadro. Respirar existe, de hecho respiramos para vivir. Respiramos al ver un cuadro plástico. Suspiramos ante la evocación de lo bello y sublime.
¿De qué forma se observa un cuadro en la realidad, más allá de la construcción accidental de un rayo de sol o de la fría cavilación en el centro de una gota de agua? La explicación resulta abstracta como el cuadro, ¿pues cómo explicar lo que no se ve a simple vista sino en la idea de otro que la pinta?
Vasily Kandinsky, cuyas pinturas fueron las primeras en definirse como arte abstracto, encontró su abstracto accidental cuando vio su pintura al revés. Años atrás, la primera persona en pintar en abstracto fue la norteamericana Hilma Alf Klint, quien guardó sus cuadros para ser publicados 20 años después de su muerte, pues sabía que su generación no los entendería; de igual forma dejó textos con los que buscó la inútil explicación que sus cuadros escondían entre nosotros.
Cuando el artista pinta un abstracto, se pierde al buscar. Encuentra sin saber. Pinta atinadamente, da en el blanco, en el negro, en el claroscuro y los tonos grises que empapan los colores brillantes que salen del anonimato exaltado, liberado, respirando.
El artista da la última pincelada y sale de casa para siempre. Ve cómo la mano quiere quedarse a pintar, a vivir lo inesperado e implacable, pero ha llegado la hora, una pincelada más puede acabar con el pastel, derribar la torre de babel.
Si alguien desea preguntar o tiene una objeción respecto a su obra, el artista no hizo el viaje en tren, fue la mano, la comezón, las prisas, los ojos rápidos que vieron algo extraño, de eso que no se toca con las manos. Fue la pintura que quedaba en la paleta y la del bote lleno de terracota.
El arte es atracción de por sí, solo necesitaba de un loco espontáneo en la plaza de toros, con un pañuelo en la mano, pintando paisajes orgánicos.
Es verdad que el pintor como los poetas lleva una libreta de apuntes. Dibuja lo que después olvida, pinta en la memoria, destaca las rosas por sobre el blanco de los ojos y el rojo sangre es un hilo del cuerpo hecho verbo, línea, difuminado eterno.
Como la cultura o la poesía, todo es arte. La música es matiz, por eso una gran mancha en el centro del cuadro es a veces el destacado objetivo de la soledad, lo único que hay, el elemento de la experiencia creativa y espontánea.
Lejos de la figura, el abstracto se acerca a las formas y a las sombras que sobreviven a la existencia. Son pequeños fantasmas, religiosos, colores seculares y estallidos violentos de violetas explosivas y vivaces. Pero también quietud en una pared que no detiene un árbol, ni una voz lejana ni el paso de una persona al otro cuarto.
Con todo, el arte abstracto se embarra en esta generación y confiesa la tarea sólida, líquida y extraña, muestra su curiosa enredadera de colores y dilemas en una paleta revuelta y al mismo tiempo correcta.
El pintor se abstrae. Por momentos el artista es el pincel y otras el soporte, es la manta angustiada colgada del techo, o el color ocre machucado por la tarde de la calle. Por momentos el pintor es el mismo mirón que le ve sin saber, que dice apenas dos palabras y enloquece como judas y dice algo imperceptible que no entiende nadie.
Cansados de tanta existencia y de las formas, de los colores y de la bruma del ambiente, siempre el mismo; del oxígeno y de la luz mortecina en el espejo; nos abstraemos sin pintar los ojos para no ver, sin manos para tocar, sin oídos para cantar a los sordos, sin colores para que las formas se muevan en la noche.
Todo es arte. El ser humano es arte abstracto, un extraño hombre caminando inexplicable. Todo es arte abstracto y arte figurativo, baste ver con los ojos que se han de comer los gusanos, o que los curadores y críticos opinen del golpe en la cabeza del artista.
El arte abstracto no detalla, pero sabe de la luz funesta que creció en el techo de lámina durante un incendio, del hoyo en el guijo del trompo, del hijo en el brinco del charco, del ruido en la tela al rasgarse, llorando, con una navaja, rajando el aire, arrojando tinta en la tela, sumido, untado en la carne del cuadro.
HASTA PRONTO.
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA