Lo conocimos como “Techo de Cristal”, es el término para definir el tope que le impide a las mujeres llegar a puestos de alta dirección y de primer nivel ¿Por qué sí se prepara y trabaja para acceder a más puesto de poder no lo logra? ¿Por qué hay más jefes que jefas? ¿Qué les impide a ellas llegar más alto?
En cada estampa oficial, en cada cumbre política, los seguimos viendo, el Club de
Tobi, el de los líderes políticos, gerenciales o “godinez”, no permite la entrada de más
mujeres a los puestos de decisión.
Los estudios de género indican que la barrera que limita a las mujeres alcanzar puestos de más alta responsabilidad es invisible, muchas veces ni ella misma los detecta, y en primera instancia están los estereotipos de género, después la cultura organizacional de las empresas y, además, las creencias de hombres y mujeres, sobre los roles adquiridos socialmente.
Y si el asunto estaba mal, ahora se ha puesto peor. Agencias internacionales sugieren que la pandemia ha provocado que el techo de cristal se endurezca más, tanto como un vidrio blindado, infranqueable, impenetrable, duró como el acero y más cimentado con la
combinación del “suelo pegajoso”, es decir el freno que la mujer se coloca a si misma
por las responsabilidades familiares, que aumentaron drásticamente tras el confinamiento, el desempleo, la educación virtual y la distancia social.
Antes de la pandemia, un análisis del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, intentaba explicar el grosor del techo de cristal, y sugiere que este abarca
todos los aspectos de la vida de las mujeres, pero sobre todo, el hogar y los prejuicios
sobre ellas. Reconociendo progresos hacia la igualdad entre hombres y mujeres,
en 2020, cerca del 90 por ciento de la población mundial registraba algún tipo de sesgo contra las mujeres.
Aproximadamente la mitad de los hombres, y también de las mujeres, en el mundo, consideran que son ellos mejores líderes políticos que ellas, también opinan que son mejores ejecutivos y que tienen más derechos a ocupar mejores empleos y que cuando el trabajo escasea, que los pocos empleos sean para ellos.
Así que cuando llegó la pandemia, quienes perdieron más empleos fueron las mujeres y si alguna vez se retoma la actividad productiva que se tenía hace más de 18 meses, para ellas será más duro comenzar de cero e intentar de nuevo, escalón por escalón, subir tantito siquiera a tocar, aunque fuera con la punta de sus dedos, el duro cristal que le impedirá liderar.
La “brecha de poder” se ensanchó y ensaña con las mujeres. Aunque se ha alcanzado en la educación básica y con calzado se mete la paridad política, las diferencias de género siguen remarcándose en otros ámbitos como en los de liderazgos.
Los sistemas económicos, sociales y políticos no dejan eliminar obstáculos para el avance de las mujeres.
Las mujeres trabajan más y ganan menos, demuestran igual o más capacidad para la dirección, pero tienen menor probabilidad de alcanzar cargos directivos y bien remunerados.
Especialistas feministas apuestan a que para avanzar se requiere de la participación
de ellos, que abran cancha, que posibiliten las condiciones igualitarias para el desempeño profesional, que cambien estereotipos para no prejuzgar por cuestión de género y que se comprometan a ser equitativos, no podrá ser de otra forma.
El retroceso es grave, por ello urgen estrategias institucionales y colectivas que visibilicen el problema. Ya se conoce su origen, sus causas, falta romperlo sin miedo.