TAMAULIPAS.- El viento arropa los árboles y arbustos que se mueven como directores de orquesta. Arrecia la lluvia, y lo aprendí pues el repiqueteo conjunto es ahora inquietante en el techo de las casas. Estoy pensando en ti.
El pasado fue un sol muy fuerte, las cortinas ondulándose tras los cristales, consumiendo viento, seduciéndolo.
Estoy viendo llover como todos los años. Primero unas chispas leves y no falta aquel meteorólogo a quien le cae la primera gota de agua en la espalda y llueve. Los árboles participan desde un principio de esta jornada de aguacero. Los he visto estremecerse e izar las velas, extenderse como un guajolote, luego comienzan su danza bajo el agua.
Algunas calles se vuelven culebras interminables que salen del pueblo, luego el silencio. Es el toque de queda.
En las orillas la gente continúa tejiendo la ciudad que se desnuda entre el monte y hay quien ponga una tienda y quien vaya a comprarle. Desde la otra acera un perro lo vio todo, luego hizo lo suyo en un poste, donde hace rato estuvo un pelao esperando.
El viento trae más lluvia a los comenzales del teatro. En las butacas de enfrente hay un espléndido vacío, justo en las goteras. Por estos días las casas se remojan y llueve otra vez en la tarde. Comienza a oscurecer y la noche recoge los tendederos de cables y la democracia de las ciudades. Así se llama una calle.
Estoy pensando en ti en lo que te espero. Aún queda tiempo. Decía que el aire repentino trajo la lluvia y yo estaba viendo un árbol. Atrás se esconde una señora cuyo vestido es arrasado por el viento y lucha con eso. Hay lugares donde antes estuvo alguien y no hay nadie. ¿Dónde andarán? Hay huecos que por las prisas no había visto, prismas de oscuridad.
Letras borrosas que un día dijeron, tal vez de un sobrio, tal vez de un hebrio del mismo equipo que perdió. La lluvia nos trae otra cosa más que agua. Luego nos deja un no sé qué de nostalgia. Y te pienso.
En el café se remoja la tarde, la calle que pasa me saluda. Soy una estampa que se mueve en octubre. El mes de las lunas. Cada lluvia es distinta y las conversaciones se asoman por la ventana de la noche.
Estás hermosa. Voy llegando a ti como a un pueblo. Hay luces encendidas y hog dog por las calles increíbles. La ciudad es esta, aunque parezca otra y no puedas negar la cruz de tu parroquia. La lluvia es ahora ligera y hay quienes cruzan la calle como un océano.
Hay espacio en el disco duro como para pensar en ti y en todo. Hay mucho presente en los ojos y en los te quiero de los novios. El viento es ahora más fresco en el chipi chipi de la tarde.
Llueve de nuevo y han cerrado la cafetería de enfrente. Antes de la esquina, junto a un poste de la luz, alguien se anuncia. La lluvia aprieta y después se calma. Hay sitios en la ciudad donde no llovió y nadie lloró tampoco. Comienzan a marcharse las horas más rápidamente. Hay un tren que arrasa el pasado y conduce al olvido.
Hay olvidos que juntos se hicieron recuerdos. Pero tu estás en todas partes y hay imágenes que se filtran en la lluvia de la memoria. Pensarte es todo esto que debe ser un parque. El amor es un niño perdido en el rehilete. Es un papalote buscando hilo en un Oxxo.
De este lado a pensarte, absorto, camino normalmente, estoy acostumbra a ir y venir. Mi calle es la hora para verte, el domicilio es el sitio que espera, la misma forma de llover.
Bajo la marquesina a donde hemos llegado uno que otro paria a protegernos de la lluvia, todos pensamos mientras se quita. Alguien me pregunta la hora. No lo sé señora, yo estoy pensando en ella. HASTA PRONTO.
CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA
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— Expreso (@ExpresoPress) January 5, 2021




