TAMAULIPAS.- Aquí les saludo desde el fondo de mi calle. Yo soy de esos a quienes les ha pasado de todo, de esos que no pudieron evitarlo o que pudiendo evitarlo no lo hicieron. No es a propósito que juego con la vida, pero cargo con los dedos de la mano, dos manos que no sé dónde ponerlas cuando no agarro los manubrios de mi bicicleta.
En los sueños soy normal y trato de dormir un poco en lo que busco la noche bajo mis pies, entonces el camino corto es un abismo que me arroja y parece que caigo, pero a veces no lo sé. Es raro. Ya me acostumbré al sufle de las calles, a su arte rococó, al daguerrotipo de sus emblemas. La vida es creatividad si la vives, si no la padeces son cosas móviles que cambian de colores.
Son mañanas y tardes, montículos de piedras no usadas en las bardas. Si la platicas, la vida más que voces, son silencioso expectantes y eso es lo que duele y lo que quiere la gente para no aburrirse con los guantes puestos adentro de un tanque de doscientos litros. El agua es la vida que escapa, el viento fluye por las narices y brota luego por las ventanas abiertas de una casa repleta de ausencias. Uno ya sabe que son gritos.
Histeria colectiva en el resumen de una naranja. Soportas el tiempo, que no ves desplazarte la espalda y la hace cama. Soportas levantarte de tu caja de cartón por la mañana como los gatos. Un día pasó el tren y nadie lo vio ya. Pasó entre miles de nubes que habían pasado mientras inflabas una botella vacía de licor. Era agua ausente de otro día, pudo ser cualquier cosa, veneno en las vías, de esa clase de suerte.
Con la tarde en las mangas se queman las rodadas de las llantas, esquivo carros hasta la muerte y miles de insomnes insectos ciegos de verse negros. Voy en la bici. Me vieron los coches, me leyeron las luces apagadas. Me oyeron los peces que brillan en los ojos. Bajo una empinada ladera de mi cuerpo, llevo sudores de otros. Despachados gritos de alto, sigue de frente, encuentra los pedales, súmele, arrancate los huesos del viento que te detiene en el asiento de agua y hule.
Es igual que llueva o que sangre, mi casa está lejos del aire. Es igual que escampe, mi casa está demasiado cerca para ser cierta.
Ruedo y las persianas de mis lentes se explican los rayos de las llantas. Parecen centellas nocturnas, risas de las luces apagadas antes de llegar o que otro llegue. Antes de caer no caigo. Si caigo vuelo y me disperso en el pavimento con los encargos de los días y los años, con mi pasado tenebroso, los pasos de brincos para subir al asiento y sujetar los manubrios chuecos y calientes de la tarde.
El hábito de pedalear es automático. Derretido en el fuego activo, atizo las piernas, promuevo un par de puñaladas a los pulmones, resuello los minutos que vi pasar todo el tiempo antes de tiempo. Desesperado, volando, llego al sitio de dónde vengo. HASTA PRONTO.
CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA