Tomado del libro “Águila que Cae” de José Luis Hernández Chávez
El 1 de septiembre de 1939 la Alemania Nazi de Hitler invadió Polonia y el mundo entró en el proceso de la Segunda Guerra Mundial, conflicto que arrastraría a la mayoría de las naciones, entre ellas a México.
No obstante su posición de virtual aliado de las potencias del atlántico, oficialmente nuestro país se mantuvo neutral en los primeros años, sin embargo, al ser alcanzado directamente por la onda expansiva de las hostilidades se vio obligado a ingresar a la conflagración.
En marzo de 1942 submarinos alemanes que operaban en las aguas del Golfo de México interceptaron a varios buques mexicanos para advertirles que si nuestro país seguía abasteciendo de petróleo a Norteamérica “sufriría graves consecuencias”.
Dos meses después, el 14 de mayo, cumplirían la amenaza. El buque tanque petrolero “Potrero Del Llano” fue torpedeado y hundido, presumiblemente por un sumergible teutón, frente a las costas de Florida cargado de combustible y como resultado del ataque perecieron 15 marinos mexicanos.
La agresión enardeció los ánimos nacionales y algunos segmentos de la población exigieron al gobierno que declarara la guerra a Alemania, Italia y Japón pero este se limitó a enviarles una nota de protesta en las que se les reclamaba explicaran el motivo de la criminal ofensiva, que no tuvo respuesta.
El 20 de mayo otro buque tanque, el “Faja d Oro”, que viajaba de lastre de Nueva York a Tampico, correría la misma suerte en otro ataque que dejó un saldo de ocho muertos. El 26 de junio fue torpedeado frente a la Barra de Tecolutla el “Tuxpan” y al día siguiente el “Las Choapas”; el 27 fue hundido el “Oaxaca”, cuando regresaba de Nueva Orleáns, el
4 de septiembre fue echado a pique el “Amatlán” a 62 millas de Tampico y el 19 de octubre de 1944 el “Juan Casiano”.
Ante la gravedad de los hechos, el Presidente Manuel Ávila Camacho se reunió el 22 de mayo por la tarde con el gabinete para discutir la situación.
A las diez de la noche fue convocado a sesión extraordinaria el Congreso de la Unión y ese mismo día México decretó estado de guerra a las potencias del eje Berlín-Roma Tokio.
El 3 de junio el Primer Mandatario leyó a la nación un mensaje en el que informaba de la situación así como de la suspensión de las garantías individuales que fue transmitido por radio a todo el país.
El 11 de junio fue proclamada la ley de emergencia que disponía la concentración de extranjeros y que la ocupación de sus bienes quedaban a disposición del Ejecutivo Federal; se imponían, asimismo, un riguroso control a la migración y la censura postal, telegráfica y radiofónica.
El 3 de agosto entró en vigor la Ley del Servicio Militar Obligatorio, otra instituía la defensa civil y el 1 de septiembre el General Lázaro Cárdenas se hace cargo de la Secretaría de la Defensa Nacional.
Como resultado de la declaratoria, el 1 de junio de 1945 entraron en acción los integrantes del Escuadrón 201 y los combates a Filipinas recibieron el bautizo de fuego pues en la operación murieron 7 pilotos.
A lo largo del conflicto, 14 mil 849 mexicanos participaron en acciones de guerra bajo la bandera norteamericana, lapso en el que causaron baja 63 hombres en el mar y el país perdió siete barcos.
El día en el que el gobierno declaró el estado de guerra recibió la solidaridad de las principales agrupaciones, incluida la de la iglesia católica, pero en el sentir popular la reacción fue muy diferente.
La gente decía que los buques habían sido hundidos por submarinos gringos para empujar a nuestro país al conflicto que las mayorías rechazaban porque lo consideraban ajeno a los intereses mexicanos.
El sentimiento antinorteamericano era tan acentuado que cuando el Presidente Ávila Camacho informó a la nación de los hechos, como la deficiencia de la transmisión radiofónica impidió que el mensaje se escuchara con claridad, en algunas partes, caso concreto de Tampico y Madero, muchos supusieron que se había declarado la guerra pero
a los Estados Unidos y salieron a la calle a gritar consignas contra el gobierno de Washington.
Por José Luis Hernández Chávez
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