Existo en el espacio donde puedo ver a los ojos. Cada ojo es un lugar dónde vivir sintiendo la brisa en los ojos, al aire, en la sabana del agua, en un lugar bonito y sencillo como una rama.
Me gusta jugar a la navegación de ojos y peces vivos, como dioses de los últimos almanaques. Adentro el cuarto es blanco. La luz amarillenta de los focos seca la ropa.
He aquí mis dedos recién llegados en el barco, por el blanco monólogo del espejo, por los ojos de la calle. He aquí mi lápiz desgastado, mis aboyaduras, mi brazo a torcer, mi trago amargo.
La noche es sombra del alma y a la vez luces de luciérnagas que rescatan como un verso, una ensenada, un versículo en una ventana. Hay un dibujo con lápiz rojo, después un espejismo y por fin un largo viaje curva el sueño de la vida. Los sueños son ir al centro, ir por una nieve barata
Ciudad, a veces existes en los espejos. Ojalá y existas luego de todo esto. Yo a veces soy, a veces no tanto sino que soy un espacio en donde el humo es un rincón callejero. Una voz soy entre las paredes, por los pasillos, unos ojos que ven otros.
Agrego mis labios y la boca, la cara, el mundo ve las miradas permanentes, en la risa que escapa de Ciudad luminosa, por mi prometida, una canción es el silencio. Por cada palabra siempre me despierto a escuchar el concierto de las aves, ellas bien que saben, así es como hacen que aparezcan los ojos en los cinco sentidos. Despertar es saber que al abrir los ojos tendré ese paisaje a la vista de todos los silencios y todas las ciudades.
No podría dormir si no completo los poemas que ahora son sueños donde dicen que habitamos para encontrarte a la vuelta de mi hombro. Para escucharte y esculpir en la madrugada. A la hora que no hay voces te escucho, en las veces inumerables de la vida se disuelven los labios, se vuelven capullos los besos, y sus raíces de árbol son un árbol afuera. Todo eso. Juntos.
Bajando una escalera en las pecosas tardes cuando la gente merienda en este silencio en que existen, mis palabras dudan de que sean mías. Porque en una declaración podría hacer constar que siempre han sido tuyas, ciudad, me gustas como la tarde, como el sol que se mete y vuelve a su flor amarilla, porque entre las líneas colgadas de la noche escribes sin darnos cuenta.
La ciudad abastece su ritmo ciudadano, el semáforo comienza a tener algún sentido en la vialidad de las venas que corren por el rumbo. Se oye mi mundo instalado, instalado en la fe desconocida, somos un par de noches unidas, arena y mar, azúcar y sal.
Ciudad, contigo es feliz el espacio que me ocupa, el ruido de afuera es murmullo de agua, hay niebla al horizonte, las calles extremas sacan luces de las luciérnagas, la ciudad se mueve por todas partes.
Cuánta claridad para un hombre como yo. Tu cabello de lluvia nocturna afina todo el todo de mis sueños. Te soñaré aunque nada más eso fuera.
En la primera luz en la ola del mar, del mar si así lo quieres, te traeré sed en mi boca para que bebas mi pequeña ciudad, mientras te veo a través del agua que cae sobre el árbol de afuera.
HASTA PRONTO.
Por Rigoberto Hernández Guevara