A veces el hogar es un espacio abajo de la tierra como las hormigas , muy cerca de los inocentes zapatos.
A veces la fortaleza de un hogar es la fuerza con la que se resiste y respira bajo el agua durante una tormenta, y otras, la belleza con que atrae las miradas paradójicas de sus semejantes.
Pero siempre, como fuere, el hogar es el sitio donde uno vive en la pequeña y relativa sustancia que es el cuerpo. En las afueras de la ciudad, entre el monte y para donde el pueblo crezca nacen las casas. Uno recuerda cuando la ciudad llegaba hasta esta esquina y sin embargo dio vuelta y continúa. La he perseguido con la vista , entre las soleras de las casas.
Adentro vive Jesús, María y José. Uno los imagina con todos los enigmas, con los que se fueron, uno imagina la construcción de adobe, el dibujo de las otras casas pegadas a la sierra. Los hijos que tuvieron y que olvidaron el patio y los juegos inofensivos.
Casa es a donde se llega y de donde sale en cuanto amanece, a un lado de la barda, junto a una palma que después se hizo palapa.
La casa escrita es esta que escribo jugando en la tinta sin preguntas, sólo bonita, para recordarla con la familia. Es el sitio donde acaso estuvo esta casa imaginaria, pero siendo la misma es otra, por algo así como los ojos que la miraron para que existiera.
La casa siendo tinta es sangre en las venas, pozo de agua, rincón de olores que se juntaron en primavera como un torreón y una semilla que será árbol que comience otra vida.
En casa cupieron todos dormidos, cupieron todos en el cuarto y en los sueños. Cupieron chiquillos, señoras, señores y ancianos. Cupo una receta en Ia cocina, una sopa, el hambre cupo, el grito de los niños y cupo el perro que se coló en la orilla de la fotografía.
Cabe el recuerdo de los años, el siglo pasado con sus bengalas de juguete. La casa se ha vuelto un papalote que se eleva y se mueve, se acurruca en el frío. Casa era y sigue siendo por donde uno pasa a cada momento y vuelve sin haber olvidado algo o sin que nadie pregunte, vuelve uno cuando quiere.
Casa en loma, en la cuesta de enero, en la orilla de la orilla, en la especial casa de las muchachas bonitas todas con una cuenta en las redes sociales. Casa es un nombre en el Facebook por donde se asoman las narices de los presentes, luego un estatus alegre en el jardín, una selfie con el perro negro.
La casa como un tren lleva una cocineta y unas manos que cocinan. El hilo de la historia que sigue, todo el mundo lo hace viral en el Twitter. Ponga aquí lo que usted piense, pero casa hace no mucho tiempo era solo un techo con sus cuatro paredes y se dormía muy a gusto en el suelo.
En algún sitio de la pared la casa fue una iglesia, un rosario que escurre de sus cuentas alegres. Un reloj que fue haciéndose adorno, un armario para platicarlo ante la inexistencia del mismo. En dicha casa se guardaron secretos benévolos y atroces muy parecidos por cierto cuando fueron descubiertos.
Alguien- nunca se sabe quien- hizo un taller también, arregló un carro, dobló una varilla, arrancó los frutos de la historia sin hacer nada en los medios días mientras esperaba. Por ahí pasó el camión de la basura, el agua insospechada, la acomedida palabra, la grúa buscando un carro, la policía con la torreta encendida.
Con todo eso la casa prevalece y es una fiesta cuando hay sonrisas. No sé, hay música estridente. Se da aquello del silencio pero hay que buscarlo. Casa es ese color que le pusieron por fuera y que quiso ser otro más ocre, pero eso se hace con el tiempo. No sé. Nadie nace sabiéndolo todo.
HASTA PRONTO.
Por Rigoberto Hernández Guevara