VICTORIA, TAM.- Los últimos rayos del astro rey alcanzan a iluminar la coronilla de la cordillera, que majestuosamente adorna el paisaje capitalino, aderezando este cálido crepúsculo de abril.
La penumbra cobija la cuadrícula multicolor de la mancha urbana, y es el momento de brillar, de las miles de lámparas que tramo a tramo unen sus esferas de luz.
Es el momento en que una dama oscura se apodera de la ciudad: la noche.
La patrona de los desvelados, de los que huyen, de los que no tienen dónde ir, de los que están ‘hasta la madre del cubrebocas’.
El refugio de los amantes prohibidos, de los que reposan después de ser casi calcinados por el incandescente sol, el sol norteño que hace hervir el pavimento seco y gris.
Es el espacio bajo el negro manto que dibuja siluetas con el pardo reflejo de la luna.
La hora en que los grillos se funden en una sinfonía, rematada con el rugir de los motores bravucones, que no dejan dormir a los indigentes que han vagado todo el día, por este laberinto de concreto hidráulico.
La urbe, que caprichosa crea barrios y zonas comerciales aquí y allá, ha decidido iluminar sus esquinas con carretones de tacos, llenos de comensales que como moscos alrededor de un faro, levantan la mano para pedir ‘otros dos con todo’.
Avenidas como Carrera Torres, que parte el plano en sur y norte, es tomada como pista por algunos parranderos, mientras que la aún llamada ‘avenida de la Paz’ con sus cráteres y lomas obliga a los trasnochados a circular a baja velocidad.
En el Eje vial, nadie obedece a los semáforos, mientras que es en el famoso ‘Ocho’ donde los coches de reciente modelo van y vienen desde Soriana Palmas hasta Home Depot, tramo en que la vida nocturna ha vuelto a encender las marquesinas de algunos centros de diversión.
Lo mismo sucede en vialidades que al caer la noche se transforman en trampas mortales, como el Libramiento Naciones Unidas o el Emilio Portes Gil, en cada una de sus intersecciones: como Berriozábal o las Torres, no importa cual sea, el peligro siempre estará latente cuando la perla tamaulipeca duerme, pues los choques nunca dejaron de ocurrir. Algunos por fallas mecánicas, otros por fallas humanas, pero la sangre en el pavimento siguió escurriendo todo este tiempo.
Y no se puede dejar de mencionar a algunas patrullas (no todas) que dan vueltas en círculo como zopilotes, en algunos sectores apartados como Casas Blancas o Barrio de Pajaritos, en espera de algún sospechoso para someterlo a “una revisión de rutina”.
Es verdad, la soledad y silencio en que la pandemia envolvió a la ciudad por las noches, se ha diluido.
Nuevamente se escuchan las rockolas y ambientazos en algunas cantinas y terrazas que organizan verdaderos pachangones y concursos de karaoke, con asistentes que salen del lugar tambaleándose, soltando la carcajada y buscando las llaves del coche para dirigirse de inmediato a devorar unos exquisitos hotdogs con el ‘Pica’, junto a la central de autobuses sobre el bulevar Fidel Velázquez.
Pero no faltan tampoco los veladores, que soplan el silbato constantemente por las colonias, mas no se sabe si lo hacen para ahuyentar a los posibles ladrones, o si es para que los vecinos del sector adviertan su presencia y no se hagan ‘patos’ a la hora de cobrar la cooperación voluntaria, sustento de los vigilantes.
Para quienes no pueden darse el lujo de acudir a centros de diversión, el mejor palco para vivir la fiesta siempre será la acera de su casa. Ahí con la bocina de 15 pulgadas pagada en abonos chiquitos, se amplifican los videos de Youtube, con todo y sus molestos comerciales que cortan la inspiración entre canción y canción, pero que son la perfecta banda sonora para las ‘pedas’ de banqueta.
El Caminante observa todos estos acentos que en horas de la madrugada convierten la capital en otra ciudad, con otra cara, la cara que solo la noche puede revelar.
Es verdad que el Covid no se ha ido, pero es mas el hartazgo por el encierro, que el temor a contagiarse o contagiar a alguien más.
Han sido dos años de aguantar para estar viviendo como ratones, viendo de lejitos la vida irse, dos años ‘en blanco’ para estudiantes y comerciantes nocturnos, para taxistas y mariposillas de la noche que fortalecen el chamorro caminando por el ‘bule’ de madrugada, cuando las buenas conciencias no los pueden ver, y con la esperanza de ‘ganchar’ algún cliente dispuesto a pagar por sus experimentadas caricias.
Así evoluciona la noche en Ciudad Victoria. Y aunque es difícil que vuelva a ser lo que era antes de 2020, ya ve la luz al final del túnel, aunque posiblemente sea solo la luz del tren carguero que pasa por el eje vial de madrugada.
Por Jorge Zamora