TAMAULIPAS.- El que seguía era yo. Y ahí estaba, luego de esperar por largo rato en Ia hilera. Cuando llegué ya eran muchas las personas ahí formadas. Algunas parecían estar familiarizadas y llevar ahí algunos días.
Con la experiencia de haber estado varias horas en la cola, había visto pequeños escenarios, diálogos dispersos que intentaban una historia.
Pero ahora seguía yo, no tardaban en decir mi nombre y yo dirigirme a la puerta de entrada. Y así estaríamos pasando de uno por uno, luego saldremos por la clásica puerta aledaña de los desahuciados, de aquel ejemplar que nada tiene que hacer en ese sitio.
Al salir los aficionados nos buscarán la cara y encontrarán algo que criticar de último minuto, en un no se qué de nuestra mirada perdida.
Seguía yo y, como siempre que sigue uno para cualquier cosa, hay banda que te husmea por ese motivo. Encuentras eso en las miradas de quienes no siguen, esos miserables, en peligro salgan y mochen la fila y digan «hasta aquí damos servicio, nos vemos la próxima semana» pero no será esta vez.
Quieren que me apure, alguien, una señora de edad me pregunta si traigo todos los papeles en regla. Tuve que pasar esa pequeña aduana de la señora que venía atrás de mi poniéndome marcación personal. Según yo traía todo. No estamos en el super señora.
Seguía yo en la fila y el que iba adelante de mi acababa de pasar luego de que en un breve retén le revisaron los papeles que traía doblados en la bolsa de la camisa. Luego buscó algo que no traía en la bolsa trasera y le dijeron que pasara y pasó.
Sigo yo y ya me lo repetí como si el hecho pudiera negarse por un descuido del lenguaje. Y aquellos que iban detrás de mí en la fila no tardarán en mover sus cuerpesillos nerviosos viendo sin ver a los de mero adelante y al afortunado que sigue, en este caso yo merengues. Les haré frente si dicen algo.
Hay gente que adentro tarda más que uno. Uno entra y sale de boleto. Pero eso no se puede explicar en este momento. Le haré falta a la cola que se arrepentirá de haberme tratado con displicencia cuando fui de los últimos.
Hubo aquí en la hilera de todo. Hubo dos que llegaron a las manos en la madrugada mientras todos fingían dormir. Nadie vio nada.
Todos iguales esperando hasta nos parecíamos los rostros iluminados por cierto resplandor del sol. Volteé por última vez a ver a los de la cola y pasé revista de sus ojillos desesperados. Encontré a los que están acostumbrados a estos casos. Llegan preparados con gabán aunque haga calor e impermeable aunque haga sol y sería un milagro que lloviera. Y llueve.
Yo no era ni uno de ellos, yo era ahora el que sigue, ellos eran otros y tendrían sus propias broncas. Yo era yo y además era el que seguía en la fila. No podría rajarme eventualmente sin levantar sospechas bien gachas. Ni modo de decir ahorita vengo voy al baño y hasta comenzó a dolerme el estómago.
Entonces el que sigue en la cola, que era yo, no traía un espejo, porque si lo hubiese traído me hubiera dado lo mismo. Así es esto.
Antes de que dijeran mi nombre alguien salió y dijo: «hasta aquí damos servicio el día de hoy», mientras comenzaba a cerrar las cortinas de la noche. Y seguía yo. Ya me volvió a ocurrir.
Poco a poco el resto de extraños concursantes comenzaron a retirarse de la fila hasta que quedé solo, con el día escapando por abajo del tiempo.
HASTA PRONTO.