Cuando un gobierno resulta incómodo o contrario a los intereses de los Estados Unidos, los empresarios y los medios de comunicación locales, a veces también la iglesia católica, se le echan encima, lo acusan de todo. Sin embargo, cuando este se pone al servicio de Washington guardan silencio y hasta le aplauden.
A Cuba la expulsaron de la OEA en 1962 porque constituía una amenaza para la seguridad y la libertad del continente y no la invitarán a la Cumbre de las Américas del mes de junio porque es una dictadura, pero no hablan de cuál era la situación de la isla antes de Fidel Castro.
El gobierno norteamericano impuso a la nación antillana em 1952 la sangrienta dictadura de Fulgencio Batista, quien, tras derrocar mediante un golpe militar al gobierno electo democráticamente de Carlos Prío Socarrás, decretó un régimen de terror y convirtió a Cuba en un gran prostíbulo de los E.U.
Nadie se quejó entonces de que no había democracia, tampoco de la represión, ni de la tortura, la eliminación de los enemigos del gobierno, mucho menos que, a diario, se pisoteaban los derechos humanos.
Algo similar sucedió con Nicaragua.
El actual gobierno de Ortega es una dictadura y por eso tampoco lo invitarán a la Cumbre de los Ángeles. Pero no se dice que antes del régimen que ahora condenan, los estadounidenses sostuvieron en el poder de la nación centroamericana a la dictadura de Anastasio Somoza García y Anastasio Somoza Debayle, que fue aniquilada por la revolución Sandinista en 1979
Como ocurrió con Batista en Cuba, los que ahora condenan al régimen castrista, como el PAN y los empresarios, no denunciaron el régimen de terror somocista, que pisoteaba los derechos humanos, asesinaba a los periodistas críticos y a los que disentían del gobierno.
Los medios de comunicación, los empresarios y los partidos políticos de derecha mexicanos no protestaron por los ataques cotidianos a la libertad de expresión cometidos por los Somoza, como lo hacen en la actualidad contra Cuba, Nicaragua y Venezuela por la misma razón.
Antes de que llegaran al gobierno venezolano Hugo Chávez y Nicolás Maduro, la situación del aquel país era desastrosa. La inflación superaba al cien por ciento, a causa de las recetas de austeridad extrema impuestas por el Fondo Monetario Internacional, la carestía y los bajos salarios asfixiaban a la población y escaseaban los alimentos básicos.
Constantemente se recurría a los toques de queda y se suspendían de las garantías constitucionales para frenar las protestas populares. No obstante, empresarios, representantes de Acción Nacional y comunicadores mexicanos guardaron silencio.
Cualquier parecido con la forma en que se critica actualmente al gobierno del Presidente López Obrador es mera coincidencia.
No soy partidario mucho menos defensor de las dictaduras ni de los gobiernos que ignoren las exigencias ciudadanas y violen las libertades constitucionales, como lo hizo el PRI a lo largo de 70 años, pero tampoco que el gobierno estadounidense se erija en paladín de la democracia cuando a lo largo de la historia ha impuesto dictadores que atropellan las libertades y la libre elección de los gobernantes.
Nadie olvida el asesinato del Presidente de Chile, Salvador Allende, que había llegado al gobierno gracias al voto popular, muchos menos que impusieran en su lugar al General Augusto Pinochet (1973-1990), que en Argentina respaldaran al gobierno de otro dictador militar, Rafael Videla, (1976-1981), ni que Evo Morales fuera depuesto como Presidente de Bolivia en 2019 porque amenazaba los intereses gringos en la región.
El Presidente Joe Biden tendrá en la Cumbre de las Américas una oportunidad para demostrar que las cosas han cambiado.
Solamente así el mundo no le echará en cara al Imperio de las Barras y las Estrellas que excluya únicamente a las dictaduras de los adversarios y apoye aquellas que, como la de Kuwait, una monarquía regida por una dinastía desde el siglo XVIII, solo porque se trata de un país amigo y es la quinta reserva mundial de petróleo.
POR JOSÉ LUIS HERNÁNDEZ CHÁVEZ
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