TAMPICO, TAM.- El padre jesuita Joaquín César Mora Salazar fue asesinado en Cerocahui, Chihuahua el pasado 20 de junio por un brazo armado de la delincuencia organizada.
A 1,813 kilómetros de ahí, en la colonia Pescadores, de Tampico, el crimen caló hondo. Entre los habitantes que le conocieron y trataron se desató el enojo, coraje, la tristeza al punto que no pueden evitar llorar.
El Padre Mora estuvo a cargo por varios años de la Capilla San Rafael, la que se encargó de edificar, tal y como se conoce hoy.
“No merecía morir de esa forma. Estamos seguros que fue por su don de proteger a los vulnerables. Fue un padre que ayudó tanto, pero tanto que lo seguimos recordando con ese mismo cariño”, dice Alejandra Arteaga, vecina del sector y ex alumna del catecismo.
Su padre era el encargado de su traslado en automóvil, desde las instalaciones del plantel hasta el sector. Durante la semana, al finalizar el servicio religioso, apenas dejaba atrás el hábito y la puerta de la capilla y comenzaba su andar entre las estrechas y fangosas calles en la margen del río Tamesí y se perdía entre el caserío de paredes de maderas y techos de cartón, platica Carmen Azuara, residente fundadora en la colonia.
Hombre alto, delgado, siempre de pantalón de mezclilla, acompañado por una camisa a cuadros, pelo entrecano a pesar de su juventud, siempre atento con todos y recordado por su humildad a prueba de todo.
“Visitaba a los ancianos en sus casas, a los enfermos , a los que no veía por la iglesia. A todos por igual. Llevaba consigo palabras de aliento, de esperanza, de consuelo y a la palabra de Dios en todas sus acciones con el ejemplo”.
Los vecinos apenas hablan del religioso y el rostro expresa de inmediato una sonrisa a su recuerdo.
“Dejó una estela de amor entre todos los que vivimos esa época, nos cambió la vida a todas las familias de la colonia con acciones”, menciona Beatriz Contreras González.
La memoria colectiva se niega recordar las fechas precisas, de la llegada del padre jesuita a mediados de los años setenta a la región costera del sur de Tamaulipas y su incursión en la colonia Pescadores.
Carmen Azuara recuerda que a través de su gestión se obtuvieron materiales de construcción para edificar mejores viviendas para todos los habitantes.
“No solo se trataba de tener los materiales a precios muy baratos, casi regalados, sino que también contamos con la ayuda desinteresada de los estudiantes del Cultural Tampico que pusieron la mano de obra en muchas de las obras. No podemos más que estar agradecidos por toda la vida con él y su misión”.
Azuara recuerda que se encargó personalmente de trabajar primeramente para el desarrollo de los servicios sanitarios y la introducción del drenaje.
“Él fue el que trazó un sistema con baldosas, para que pudiéramos caminar sin pisar el lodo. Ponían una placa de concreto a una distancia la otra. Abajo se fue colocando la primera tubería para los drenajes.
Venían los jóvenes alumnos del Cultural a trabajar. Ellos venían y nos ayudaban en muchas labores”.
El sacerdote, entonces contaba con la ayuda de la sociedad tampiqueña a través de los padres y alumnos del Instituto Cultural Tampico. “Traían cajas con comida y primero las regalaban a los más necesitados, y luego les pedía una mínima cantidad de dinero de forma simbólica. Nadie debía pasar hambre, ni frío, ni sufrimiento inmerecido, también nos donaban ropa, en esa entonces éramos muy humildes, muy humildes”.
Mercedes Vázquez, por su parte, recuerda que durante los desbordamientos del Río Tamesí, acudían de inmediato para llevarlos a las instalaciones de la Capilla San Rafael, para evitar que se vieran afectados por las inundaciones.
“Nos abrían la capilla, y ahí en medio del temporal corríamos a buscar refugio, para que no nos alcanzara el agua que subía del rio”.
LOS CHAVOS DE LA PESCADORES
Francisco Jesùz Trisana Azuara, recuerda que fue alumno en el catecismo y después formó parte de las juventudes.
Los sábados se realizaba la escuela de doctrina y los domingos se encargaba del misal matutino y nocturno.
Los fines de semana, organizaban los retiros espirituales en las instalaciones del Instituto Cultural Tampico. “Nos llevaban a los retiros al Cultural. Ahí nos reuníamos con otros jóvenes y convivíamos”.
“Durante ciertas ocasiones también se realizaron encuentros católicos en Playa Miramar y nos gustaba mucho participar “ Gracias al padre Jesuita, dice que más de un centenar de muchachos eligieron a Dios y la Iglesia como una guía para sus vidas.
“¡Nombre, imagínate estar chamaco y con tantos peligros a la mano. El padre Mora. nos llevaba a todos los muchachos de la colonia, desde los más niños , hasta los jóvenes para que nos fuéramos por el buen camino ¿Quién sabe qué habría pasado, si no llega? ¿Dónde andarían muchos de la colonia?.
Al menos 3 jóvenes del sector se convirtieron en catequistas. Celebró decenas de matrimonios, fue encargado de llevar a la primera comunión a cientos de niños, prodigó los santos óleos y fue ejemplo de muchos habitantes de la Pescadores, que hoy le recuerdan con palabras entrecortadas y lágrimas, pero con el cariño que solo las buenas acciones traen consigo al paso de los años.
LO RECUERDAN EN EL ICT
El Instituto Cultural Tampico realizó una misa en honor de los padres jesuitas y al finalizar se emitió el siguiente mensaje: “Nada más decir como ex alumno y como jesuita, Me duele mucho , no merecían morir así, pero sé que ellos al igual que los rarámuris, están danzando en el cielo y están danzando para nosotros y están danzando como lo hacen los rarámuris, en medio del dolor ellos saben que pueden danzar y morir, y ellos prefieren danzar y darnos la esperanza de que Jesús resucita”.
La comunidad estudiantil se volcó con miles de mensajes para recordar su paso como catedrático. “Gracias Padre Mora por todas sus enseñanzas que sin darnos cuenta en el momento, nos formaron y se nos quedaron muy grabadas en la mente y en el corazón.
Ahora podrá servir en el cielo también, como tanto lo hizo aquí en la tierra” Descanse en Paz”, escribe Ale Llamas.
“Tenía la costumbre de leernos en clase el libro de Christy Brown, Mi pie izquierdo, de principio a fin. Bueno, nunca logramos llegar al final.
Al sonar el timbre indicando el término de la clase, paraba y cerraba el libro, sin importarle si estaba a la mitad de una frase o en un desenlace.
Era uno de sus sellos más característicos e imitables, que, entiendo ahora, escondía detrás un profundo respeto al tiempo y a lo que siguiera después del timbre, fuera clase o recreo”.
POR JOSÉ LUIS RDZ.