Esto es la vida. Todo a un tiempo. Incluso el pasado y el futuro tienen que ver en esta calle que es el grandioso presente. Coincidimos aquí y estamos juntos en este pequeño planeta.
Sentados a la orilla vemos el espectáculo del mar. Sentimos la inmensidad del sol con su imperio luminoso. Abajo vamos los seres humanos. Siempre vamos. Aunque lo único que hagamos sea dar vueltas.
Vemos al cielo hasta donde la vista alcanza y especulamos con la fotografía del telescopio. La vida no se cancela. Nos quedamos dormidos y el mundo dio la vuelta. Ayuda mucho no tomarse en serio pero ayuda más hacerlo.
Aún retrocediendo nuestros pasos, vamos siempre hacia adelante, hacia el futuro. Nadie ha vuelto del pasado que más o menos recordemos. Vamos con rumbo a lo desconocido. Sentados incluso fijamos nuestro camino, limpiamos las veredas o nos vamos entre el monte.
Los precipicios no son precisamente físicos. Uno inventa su escalera y su abismo. Un golpe de suerte puede llevarte y otro puede sacarte de la jugada, siempre adentro de una tómbola.
Sin embargo celosamente guardado cada quien traemos nuestro presente. Son dos datos que nadie sabe y que se pueden decir en cinco minutos aún cuando haya quienes escriban un libro con eso. Y les sobra para otro.
Sí queremos ser felices necesitamos espiar ese elemento que la contiene. La felicidad es una sociedad anónima, pero también es una sociedad de dos que se encontraron haciendo turismo. Atrás de una puerta puede haber felicidad y nadie la nota. No es pintando el edificio. Puedes ser feliz cuando sonríes y no saber por qué, porque la felicidad no es tan asunto tuyo.
El presente es este verano inevitable, el sudor, la lucha desesperada contra el tiempo imparable, un par de pantalones y otro de camisas, medio kilo de azúcar, el perro del barrio, la bolsa rota, la voz que sale de un vecindario. Es el sol de la una de la tarde. Todo junto a un costado y enfrente, el monto de los objetos aparecen y desaparecen.
Es un video. La vida una vez grabada se borra. La vida continua su paso de señor, adelante igual que nosotros la vida es un torneo de ciegos. Quien va al frente lleva un tira piedras y la mujer que le acompaña lee una novela. Atrás de ellos se han quedado todas las batallas. Leen el instructivo para la próxima guerra.
Durante el día salimos de nuestras guaridas y vamos a donde otros nos esperan. Hemos llegado al mediodía sobre una maqueta. Hay gente adentro y una fila muy larga afuera esperando.
La fila se alarga y se han ido sumando las personas. Nadie pregunta, todos saben a dónde vamos, pero nadie sabe. Ni siquiera sabemos en cuál fila vamos. Podríamos ir a otras filas y sería la misma, la del infinito, donde todas las broncas se juntan. Se llega de todas las formas a la noche y dormimos sabiendo que afuera ladra un perro y nos despierta.
.
La vida esa incontenible, inconfesable y atrevida palpita en el planeta. Vistos desde arriba hombresillos que somos rondamos los refugios. Millones de hormigas son Nueva York. Alguien toma un taxi lloviendo. Aquí en Victoria la gente sigue pasando por la calle que para eso la hicieron.
En la radio nos persigue la voz del siglo, el calendario es un Dios caído de las paredes. La multitud trepa por la oscura noche, al siguiente día camina.
Descubrimos que la vida es también una larga fila y culebrea entre la montaña. Cada uno lleva el equipo de acuerdo al tipo de terreno. La raza sólo quiere llegar al otro extremo, ni más, ni menos que a comprar un kilo de tortillas.
HASTA PRONTO
Por Rigoberto Hernández Guevara