5 julio, 2025

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En vida hermano, en vida

Una dolorosa lección habría de aprender el caminante, al visitar su pueblo natal

TAMAULIPAS.- El Caminante se levantó muy temprano para tomar el autobús que lo llevaría a su pueblo natal (como diría Jaimito el cartero) a la urbe cañera, “la ciudad más dulce del planeta”, el Mante, Tamaulipas.

Después de muchos meses de arduo trabajo, el vago reportero por fin se tomarse unas, sino merecidas, necesarias vacaciones. Llegó a su pueblo emocionado y dispuesto a visitar a todas aquellas amistades qué añoraba ver desde hace mucho tiempo.

Después de reportarse con su familia y en especial con sus papitos, el Caminante se dispuso a realizar un pequeño tour para estrechar la mano de sus paisanos. Pero el destino es caprichoso e impredecible. Al primero qué buscó es a quien en sus tiempos de juventud, fue uno de sus primeros patrones, el ‘andaluz’, un veterano herrero qué le enseño a hacer sus primeras chambas de soldadura eléctrica. El andaluz no fue un jefe “tirano”, por el contrario, era muy alivianado, y aunque en más de una vez lo reprendió y corrigió, jamás le faltó el respeto.

“Mira junior, es que yo tengo la responsabilidad de enseñarte este oficio, pues me eché el compromiso con tu papá de que aprenderías a aventarte tus primeros cacahuates (en alusión a la soldadura eléctrica) y por eso te tengo que llamar la atención cuando no estás haciendo bien las cosas” solía decir el ‘maistro’. El Caminante recorrió las 8 cuadras de distancia hasta la casa de aquel herrero, pero se topó con la noticia de que ya ni el taller ni su ex patrón existían – El covid terminó por llevárselo – contaba su viuda – pero en realidad su salud ya estaba muy deteriorada, para cuando lo pescó el virus. – Cómo me hubiera gustado volver a verlo – le respondió El escribidor a la señora Al día siguiente el Caminante enfiló hacia una lonchería, la cual frecuentaba en años pasados.

Ahi fue donde dio sus primeros pasos para entrevistar a diferentes personajes urbanos, además de encontrar un inigualable sazón en platillos caseros y un café, que una vez que lo pruebas sientes necesidad de regresar algún día.

El vago reportero comía ansias por saludar a todos sus conocidos, así cómo a la dueña del pequeño restaurante, doña Lupita, quién en enumerables ocasiones le tocó ser su paño de lágrimas, dándole ánimos cuando las cosas no andaban tan bién.

Y qué mejor que un caldito de pollo o unas entomatadas, una migada o unos buenos bocoles para consolar el corazón y agarrar energías antes de un pesado dia de trabajo.

El Caminante arribo al pequeño local entusiasmado de encontrarse con sus viejos amigos. Betty, la hija menor de doña Lupita lo recibió con un abrazo y una sonrisa un tanto nostálgica. – ¿Qué tal cómo estás? ¡qué bueno que viniste! ¿te sirvo un café? – preguntó ella secándose las manos en el mandil. – Un café me caería toda madre, ¿dónde está mi ‘amá’? – así le llamaba el caminante a doña Lupita. – ¡Ay cariño! mi mami falleció hace dos meses, no te lo había podido decir por inbox, porque todo sucedió de golpe -. Un pinchazo en el corazón estremeció al reportero callejero, pues está noticia no solo era terrible sino inesperada – No me digas eso Betty, yo venía con muchas ilusiones de saludarla. – Fueron las secuelas del covid, le quedó una tos constante, y con el tiempo se le combinó con otros padecimientos añejos – comentó entre lágrimas la joven cocinera. El Caminante no pudo evitar conmoverse hasta el llanto, al darse cuenta que una vez más ha bía llegado tarde, para visitar a alguien que en el pasado había estado ahí para el. “Dos de dos” pensó para sus adentros el reportero urbano.

Estas tristes novedades le afectaron al grado de evitar siquiera preguntar por otras amistades, los días siguientes de su visita por esa pequeña ciudad. Al andar vagando por aquellas calles, se topó en más de una ocasión con qué muchos negocios ya contaban con un enorme moño negro a la entrada, es decir, qué recientemente habían estado de luto.

“Ese pinche virus se llevo lo que más atesorabamos, nuestros seres queridos” decía muy enojado don Miguel, un veterano mecánico diesel con quien el Caminante se sentó a platicar en la plaza principal. “Muchos se lamentan de que con la pandemia tuvieron que cerrar sus negocios, o perdieron mucho dinero que ya tenían juntado, la verdad es que todo eso se puede reponer, pero la gente de uno, eso no se puede reemplazar con nada… yo me salvé por un ‘pelito’…” reflexionaba el ‘don’ de 80 años cumplidos.

La pandemia nos enseñó a la mala que no hay mañana, y que si uno tiene la intención de abrazar o estrechar la mano de algun familiar, amigo o conocido, hay que hacerlo hoy, pues como dice el di cho “en vida hermano, en vida.

Por JORGE ZAMORA
EXPRESO – LA RAZÓN

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