“Parece que fue ayer cuando te vi aquella tarde en primavera” , dice la canción de Armando Manzanero. Pasan los aniversarios como parpadeos. Uno tras otro perseguido y perseguidor implacables. La tradición romántica de la vida da origen a los poetas del barrio, locos y marginales. Es así como amanece.
En un abrir y cerrar de ojos cambia la circunstancia y no hemos movido el dedo gordo del pie izquierdo. Entonces- para nuestra época- dejar de decir es dejar de existir. Nunca habíamos ido más aprisa a ninguna parte.
La gran navegación de la vida permite algunas relaciones perdurables en unas cuantas palabras. Pero se dice hasta lo que no se debe decir.No hay jefe en contener el tiempo con algo específico o con la nada que es a veces cerrar los ojos.
Cuando por alguna razón no hay gente, el tiempo vaga por las calles llenas de su propia nostalgia. Pero pasa y sin el menor empacho también está presente. Años después los hijos del concreto tendrán otra habitación y la noche menos estrellas de tantas luces y palomas.
Apenas fue ayer, pero fueron muchos años los que pasaron. Ayer estuve sentado en una barda en una ciudad lejana hacen 20 años. En medio el viaje fue un tren y un toro. Una escopeta y un tiro. Pero hemos llegado juntos a donde creemos haber llegado. Si abrimos la ventana, ahí sigue el mundo espantoso con nuestros aliados y los viejos amigos, en medio del derrumbe de todos los siglos.
Cierras los ojos y no me digas que no deseas abrirlos entre la oscuridad y la luz, entre la curiosidad y el miedo, en la fantasía de lo que siempre pensaste. Escribes en prosa y sin prisa. Abres los ojos y estás en medio de la gente antes de que cante un gallo.
¿Qué sol es este que nos hace volver los ojos una y otra vez al occidente? Una temporada es una generación, un árbol completo y decadente . La vida de una persona es un minuto en lo que dije esto sin pensarlo mucho, biografía corta que se difuminará más tarde con el libro donde fue escrita.
Las calles se convierten en un trabajo, hay un hombre solitario, y de pronto todo vuelve a su rincón nocturno. Amanece muy pronto. Caen los dados sobre la mesa y el azar se distribuye entre los concursantes.
En la visión del cosmos pequeñas, invisibles partículas fuimos invitados pero todos somos los festejados. En un patio se escucha la algarabía de la fiesta constante. Hay progreso según el precio de la carne y el presupuesto. Afuera las horas implacables nos guiñen un ojo. Las horas no esperan por mucha melodía que pongan.
La aventura es plantarse en los cabales y tratar de saber todo lo que un ser vivo deba saber, aunque no sepa para qué. Bastos y extraños cada uno sabe lo que sabe su cuerpo y un minuto por más sesenta segundos que contenga no será igual que otro.
En un instante el mundo nace de nuevo en sus flores. La vida es eterna y es un momento. El misterio está en prevalecer en la realidad de las cosas posibles, en una era de lo implacablemente efímero. Con su tómbola invisible el día acomoda los recuerdos y los hace olvidos.
Un instante es un vaso de agua pero pudiese ser un relámpago. Y sin embargo con la mañana nuestra militancia nos acomoda en las canciones, en las áreas urbanas y los parques.
Donde hay personas elevando papalotes se ve gente cruzando un puente que formamos con las manos. Todo cabe en este minúsculo segundo si lo pienso, si no estoy frito, me quedé dormido un ratito. “Parece que fue ayer cuando dormido yo soñaba en tu regazo”.
HASTA PRONTO
Por Rigoberto Hernández Guevara