Mis palabras cuando suben al techo de la casa ven la higuera que siempre imaginé. Trato de revivir en claro, en una hoja en limpio, los tibios recuerdos.
Sin embargo cada día el presente inmenso y la inmediatez atajan a machetazos el viejo árbol. En la imagen borrosa, atado al potro del presente, hablo de otras cosas entre los escombros.
Es así cómo las palabras se mueven entre las frases y los párrafos que sobreviven a una realidad inexistente y utópica. De alguna manera las palabras atraen la realidad, pero no exactamente.
Siempre he querido decir algo que realmente no exista. Si ustedes me respondieran dirían que ya lo dije. Sin embargo es el hombre que lo escribe. Atrás de las palabras estamos todos iguales, buscando lo que hay atrás de ellas. Entre nosotros todos, todo queda en Las Vegas, eso es un poco severo, no un poema.
El tema es la retórica de cada quien, quien tenga más saliva, el que no deja hablar al resto de la banda, banda que sin embargo siguen vivos. El ejército de palabras es capaz de combatir cuerpo a cuerpo y a bayoneta calada con otro. El tema es un mundo donde nadie es hospitalizado. Mientras no pasen a las manos.
Imaginé una palabra y he vuelto sin ella, hablo de esa sensación deshabitada. Cuando llegué al presente, luego de ser asesinado por mi mismo en el pensamiento, conté la anécdota. Traje unas cuantas palabras pero es todo. En las palabras hace mucho que pude estar del otro cachete.
Llegué a un campo donde la palabra aún no se habla. La utopía dicha antes como una premonición de principiante se cumple en cada texto. Lejos de ahí un sujeto nos ve en una pantalla plana. Muchas palabras se esconden en la niebla. Habló por dentro un hombre que iba pasando, pisando, posando para la selfie de sus tres seguidores.
Desde la polémica diaria el agua destila los sobrevivientes que balbusean incoherencias. La pasión en el caso del amor tiene su única palabra y hay palabras que aseguran ser hijas de ella. En todo caso debiera haber una república de enamorados, sin relámpagos ni truenos, y al lado un trayecto, una mujer y lo que amemos.
Esta es la cultura de la palabra, la película que absuelve las miradas en una arcaica hoja de máquina. Años más tarde las palabras que sobrevivan rendirán solemnes y cívicos homenajes a estas, con una banda escolar de la primaria más cercana.
La primera palabra basta, el resto se agrega según la necesidad de afecto de los asistentes a un concurso de lluvias metafóricas, de falsos profetas y semejantes apócrifos publicados en mi inconfesable palma de la mano.
Palabra que se dice, palabra que se cumple de inmediato y se vuelve una bola de nieve, una bolsa de nubes en la tarde. No hay error, la palabra es esa, la primera y última, la que genera los apocalipsis en el nombre de la última letra que le persiga.
En aquella época, la futura, diremos de esta. Pero la estrella será la nueva utopía entre nosotros. Hablo de estos escombros que son los huecos, donde hubo huesos y rumores de guerra. Hablo de la exaltación del amor como lo más alto y a lo único que aspiramos. No sé, aún tengo sueño.
He ido cambiando las piezas del motor y la risa, antes de buscar o de caminar por las calles pensando que no tiene caso pensar en no pensar antes de que oscurezca o de que pase el carro. Cruzo la calle y todo eso implica caminar con algunas reservas.
Luego sonrío: antes de que en el teatro donde yo soy el principal protagonista canten la tercera llamada, ante una multitud que se arremolina en el audirio de la banqueta que está frente a la casa, digo la primera palabra.
HASTA PRONTO
Por Rigoberto Hernández Guevara




