El ataque en contra de la vida del periodista Ciro Gómez Leyva pone de manifiesto el grado de violencia que vive la sociedad mexicana.
No solo en términos de la inseguridad, también en lo que toca a la virulencia y el fanatismo que ha adquirido la conversación pública.
El intento de asesinato dio pretexto para nutrir el intercambio diario de difamaciones y propaganda política, en un sentido y otro. Unos, prácticamente responsabilizando a Andrés Manuel López Obrador, dando por sentado que el ataque constituye una extensión física, por parte de sus seguidores, de las descalificaciones verbales emitidas por el presidente sobre este periodista; otros, por el contrario, sugiriendo que podría ser una especie de acto terrorista para perjudicar al gobierno de la Cuarta Transformación, o interpretando como un privilegio perverso el hecho de que la camioneta de Ciro Gómez goce del blindaje que le salvó la vida.
Cualquier cosa con tal de llevar agua a su molino. La estridencia enfermiza de este intercambio de acusaciones termina por impedir la reflexión de lo que verdaderamente importa en este lamentable hecho: 1.- El ataque en un barrio residencial de la capital mexicana contra una figura tan conocida exhibe los niveles de inseguridad imparables a los que hemos llegado. Y no lo digo porque piense que la violencia deba que restringirse a zonas pobres y geografías marginales; por el contrario, constituye un recordatorio a las conciencias dormidas y egoístas, en el sentido de que la violencia terminará por alcanzarnos a todos y no solo a los estratos que ignoran.
Igual que el ataque a Omar García Harfuch, jefe de la policía capitalina, lo de Ciro muestra que los niveles de impunidad son tales que los sicarios pueden atacar impunemente y sin temor en las zonas más vigiladas del país y a celebridades, aun sabiendo que el ataque provocará una persecución ostensible.
El hecho de que eso no amedrenta a los responsables dice mucho sobre el estado de la situación. 2.- En teoría, ser famoso o ser periodista no debería merecer más atención que el de tantas personas víctimas de la violencia.
Un periodista asaltado es un caso tan lamentable como el de un albañil o un dentista en el mismo dilema. Pero es diferente si el atentado tiene que ver con la profesión. Si los dentistas estuvieran siendo abatidos simplemente por el hecho de ser dentistas, el agravio iría más allá porque se estaría poniendo en riesgo la posibilidad de que los ciudadanos puedan tener dientes sanos.
Basta con el asesinato de seis jueces que hayan condenado a capos, para poner en jaque al sistema de justicia de un país. Lo mismo vale para los periodistas.
Cuando se suprime a un profesional debido a la inconformidad que generan sus informaciones o sus opiniones, se castiga a la sociedad en su conjunto y a su derecho de estar informada.
¿Cuántos periodistas tienen que ser desaparecidos o amedrentados en una región para que la autocensura se imponga y, en consecuencia, prevalezca la opacidad informativa en esa comunidad? No, Ciro Gómez no es más importante que un contador asaltado al azar; lo que sí es más importante son las consecuencias de un intento de suprimir mediante el asesinato las opiniones que el periodista emite todos los días para miles de personas.
El primer afectado es él, desde luego; en segundo término, su audiencia y en tercero la sociedad en su conjunto y su derecho a estar informada con distintas versiones de una realidad tan compleja como la nuestra, al margen de que coincidamos o no con las posiciones de un comunicador. 3.- ¿La violencia que experimentó Ciro Gómez merece más atención que el asesinato de docenas de periodistas menos conocidos en el resto de la geografía nacional? No debería ser así, desde luego, pero hay inercias que inevitablemente operan. La gente reacciona con mayor intensidad a las tragedias de personas a las que “conoce”.
En parte también tiene que ver con el tamaño de las audiencias; incluso en una región específica el atentado contra el conductor de radio más popular de la ciudad generará mayores reacciones que el ataque al director de una revista marginal, así hayan sido motivados ambos por un intento de censura. No es casual que el propio López Obrador haya arrancado la mañanera de este viernes con un pronunciamiento de preocupación por este caso, algo que no había hecho con docenas de asesinatos de periodistas a lo largo del sexenio. 4.- Los que percibimos la manera en que la libertad de informar y opinar se ha ido cerrando en muchas regiones como resultado de esta ola de violencia, enfrentamos la dificultad de hacer visible el daño en medio de la fatiga de la opinión pública sobre estos temas, después de treinta años de estarlos denunciando.
La “gente” y la autoridad han terminado por normalizar el asesinato de un periodista más, cuando el hecho tendría que indignar y provocar estrategias más eficaces para evitarlo. Si lo de Ciro ha movido a muchos que por lo general no reaccionan a este tipo de violencia, me parece que es una oportunidad para recordar lo mucho que está en juego 5.- Todo indica que el operativo remite más a las maneras de hacer del crimen organizado que a las de algún fanático político.
La investigación está en curso. Pero el tema llama a la reflexión política de cara al futuro. En lo personal he sostenido que el presidente está en su derecho de mantener un espacio de réplica en las mañaneras, para dar cuenta de su versión respecto a la que suele predominar en su contra en la mayor parte de los medios de comunicación. No coincido, en cambio, con su deseo de incluir en la réplica la descalificación con epítetos morales de periodistas y medios.
Una cosa es corregir los datos y precisar distorsiones informativas y otra lanzar acusaciones personales contra individuos que con razón o sin ella lo han criticado. Por un lado, debilita la imagen de un jefe de estado que tendría cosas más importantes que atender que subir al ring mediático a los que no están de acuerdo con él. Millones de mexicanos votamos por él, no por Ciro Gómez o Carlos Loret, como para tener que verlo empeñado en juegos verbales para demostrarnos que él tiene la razón y no ellos.
Por otro, al señalar como enemigos personales a individuos que terminan siendo satanizados por sus seguidores, resulta imposible prever las consecuencias a las que lleve la indignación devenida en odio.
No se ha dado el caso, pero los riesgos existen. No vale la pena.