-¡Vecinooooo! ¿cómo está? ¡le queremos proponer algo! – gritó doña Amelia que se aproximaba al Caminante, junto con doña Rosa y su hija Meche.
– Buenos días, díganme para que soy bueno – respondió él. – Fíjese que queremos hacer una posada, aquí con los demás vecinos de esta calle ¿cómo ve, se anima? – dijo doña Rosa.
– Claro que si, ustedes nomas díganme ‘de a como’ la cooperación y yo me pongo guapo. – No pues guapo ya está. – ¡Cállate Meche! no seas volada – Bueno yo nomas decía…
– Mas que nada sería echarnos la mano a llevarnos a comprar las cosas para hacer unas tres vaporeras de tamales, es que yo no se porqué pero ya se puso muy caro el DiDi, y pues mejor nos cooperamos con usted y asi nos lleva al centro y nos trae ¿cómo ve? – preguntó doña Amelia. – Esta bien, ustedes nomas díganme como a que hora quieren ir. – Pues ahorita estaría bien… jeje dijo Meche.
– ¡Ah caray, ¿la posada sería hoy? – Si ¿como ve? – Ta’ bueno, déjenme ir por mis llaves y ahorita nos lanzamos al centro.
Y así, en un dos por tres, el Caminante ya se había embarcado en una nueva travesía por las calles de la capital con sus tres vecinas, que no paraban de hablar y carcajearse muy emocionadas por el festejo navideño.
Pero la sonrisa se le borró rápidamente al Caminante cuando se acercaron al primer cuadro de la ciudad: un enorme y ancho rio de autos inundaba todos los accesos a la zona centro, y se veía prácticamente imposible llegar al mercado Argüelles de otra forma que no fuera caminando.
– ¿Qué les parece si dejamos el carro de este lado del rio, acá en la Mainero y caminamos un poco? – propuso el vago reportero, a lo cual las damas accedieron. Las aceras se hallaban atiborradas de personas que al igual que el Caminante y sus vecinas decidieron esa mañana hacer sus compras.
Las señoras recorrieron un montón de negocios como fruterías, carnicerías y múltiples pasillos de Grand Obrero, pero finalmente completaron la lista de todos los ingredientes para la tamaliza.
Ahora ya solo faltaba pasar por un poco de leña y a poner ‘manos a la masa’, y tan eficientes son sus vecinas para ello, que unas pocas horas después ya estaban las vaporeras en el patio de doña Rosa sobre el fuego.
Más tarde los vecinos varones ya andaban haciendo la ‘cooperacha para el pisto’ y el Caminante, aunque poco le entra a la beberecua, también tuvo que apoquinar con un ‘doscienton’.
Llegó la noche y una bocina de 15 pulgadas rompió el silencio con canciones de Grupo Firme.
La calle fue cerrada un buen tramo y los mas jóvenes treparon a una de las azoteas para amarrar el lazo de la piñata.
Todos los vecinos hicieron un gran esfuerzo para lucir sus mejores galas (incluyendo al ‘don’ que trabaja limpiando solares y banquetas y que casi nunca se baña).
Luego llegó el momento que el Caminante tanto esperaba: la cena, y es que el vago reportero es ampliamente conocido por devorar docenas de tamales en tiempo récord.
Curiosamente a la hora de romper la piñata todos se hacían del rogar, pues no querían ser los primeros en perder el estilo, pero fue Joaquín, el muchachito que ayuda a ‘hacer mandados’ el primer valiente de la noche.
Doña Rosa había rellenado las piñatas con dulces y mandarinas, por lo que al abrirse la primera todos los niños y jóvenes presentes se arremolinaron para quedarse con una golosina.
Como ‘nunca falta un negrito en el arroz’, sucedió que uno de los vecinos de la calle contigua (uno que se cree “malosillo” por escuchar narcocorridos) se acercó en su camioneta y se unió a la pachanga. Esto no tendría nada de malo, si no fuera porque no apagó el estereo de su troca y las canciones de Beto Quintanilla se empalmaban con las de Carin León creando un ruidazo que parecía feria aquello. Rodrigo, que es conocido por “tener la mecha muy corta” fue a pedirle muy amablemente al vecino que apagará su estereo para disfrutar de una sola música. El vecino accedió.
Aunque no es muy buen bailarín, el Caminante se animó a echar unos cuantos pasitos con doña Concha, al ritmo de Liberación y Pegasso, y hasta ahí llegó su participación en la posada entre vecinos, pues ya pasaba de la medianoche. Pero la velada aún estaba lejos de terminar, pues un grupo de vecinos se quedó pisteando en la acera.
No había pasado ni una hora cuando Rodrigo ya se andaba ‘pescuezeando’ con el vecino aquel que se cree ‘malosillo’.
Una patrulla de la policía estatal llegó a disolver la “peda de banqueta”. Aunque ya muy poco se estila recrear las posadas como dicta la tradición, con cánticos y velas, las posadas de barrio suelen ser una muy alegre celebración, y que cuando se llevan a cabo con respeto y buena voluntad sirven para unir al vecindario. Ojalá que esta costumbre dure muchos años más. ¡Salud!
Por Jorge Zamora