Cuando uno está en su primera C infancia y vive en un hogar de creencias cristianas, disfruta la navidad como pocas cosas en la vida, llenos de alegría, ilusión y la gran excitación por los juguetes que dejarán, el niño Dios,
los Reyes Magos o Santa Claus, según nuestra cultura. El 24 por la noche uno disfruta la cena con la familia y muchas veces quiere ansiosamente irse a dormir, para que quien nos vaya a traer los regalos lo haga sin problema.
Los mayores nos reunimos en una cena familiar donde nos sentimos arropados por la familia, nos sentimos alegres por estar juntos, le agradecemos a Dios lo que nos ha dado, nos damos los buenos deseos para que nuestras vidas se colmen de bendiciones, y que el espíritu de la navidad permanezca con nosotros todo el año. Eso decimos.
Aprovechamos para limar asperezas con quienes las tenemos, reconciliarnos y olvidar rencores porque nos sentimos ofendidos, ya sea porque algún hijo, nuestro padre o nuestra madre nos ha dejado de hablar, porque tuvimos alguna diferencia o alguna otra cosa. Pero la ocasión, la tradición nos invita a reflexionar, y perdonar las ofensas que recibimos
Aunque no siempre estamos dispuestos a hacerlo. Existen ocasiones en que la ofensa
la sentimos tan grande que no la podemos perdonar, por comportamientos provocados por algún vicio (alcohol, drogas, juego u otra adicción) nos ha herido, aún más, no pueden dejarla, aunque lo han intentado, pero pensamos que no lo han hecho con suficiente fuerza de voluntad, nos parece imperdonable, hubo un tiempo, y todavía se presenta algunas veces, que no perdonamos a alguna hija que quedo embarazada fuera del matrimonio.
Otra situación de discordia es el dinero, la disputa por dinero.
El espíritu navideño no nos alcanza para ello, en muchos casos por el dolor que nos crea la situación y en otra por el orgullo. Aunque sean miembros de nuestra familia, nuestros hijos, nuestros, hermanos, nuestros padres, etc.
Aquí trato de motivar para que reflexionemos acerca de esto, y voy a utilizar una historia de la madre Teresa de Calcuta, quien decía hay que amar hasta que duela.
Dicen que un día, estando en un dispensario médico muy humilde, fue a verla una reportera quien sabia de su bondad, y quería escribir una historia acerca de ella, la encontró lavando a un joven que padecía de VIH y estaba en etapa terminal, el muchacho estaba embarrado de sus propias heces, y la madre lo lavaba. La reportera se quedo en la puerta, vio con repulsión lo que la madre hacía y le dijo “Yo no haría eso ni por todo el dinero del mundo…”, a lo que ella le contestó “… yo tampoco”. El muchacho había sido abandonado por su familia al saber que era homosexual y por eso se había infectado. Pero él no podía cambiar lo que era y lo que necesitaba, era comprensión y apoyo.
O los adictos al alcohol, drogas, juego, etc. que tratan de abandonar la adicción una y
otra vez sin lograrlo puesto que es su propia naturaleza los que los hace proclives a dicha adicción, y son relegados por la familia, cuando lo que necesitan es apoyo, comprensión y presencia de su familia para encontrar la fortaleza de mantenerse alejados del vicio, el calor de su familia es su mejor remedio.
Y el dinero. Estaba un día pintando mi casa, mi hija mayor que tenía 5 años me observaba, yo oía a Alberto Cortez cantar “Solamente
lo barato se compra con dinero…”, ella se sorprendió y me preguntó qué, porque solo lo barato se compraba con el dinero, no supe que responderle y le dije “¿Por qué piensas tú?”, me vio a los ojos y me dijo “los papás no se compran con dinero…”
Durante la segunda guerra mundial, Japón estaba siendo bombardeada, un niño de unos 10 años huía del bombardeo con otro niño en su espalda, finalmente llegó a un refugio y la persona que lo recibió se dio cuenta que el niño pequeño estaba muerto y le dijo al otro, “a ver dámelo, es una pesada carga…”, a lo que el pequeño respondió, “no señor, no es una carga, es mi hermano…”.
San Francisco de Asís, un fuerte impulsor de la celebración de la navidad con la recreación del nacimiento de Jesús escribió:
Señor, haz de mí un instrumento de tu paz: donde haya odio, ponga yo amor,
donde haya ofensa, ponga yo perdón, donde haya discordia, ponga yo unión, donde haya error, ponga yo verdad,
donde haya duda, ponga yo la fe,
donde haya desesperación, ponga yo esperanza, donde haya tinieblas, ponga yo luz,
donde haya tristeza, ponga yo alegría.
Que estas navidades reflexionemos y encontremos la forma de llegar a aquellos de nuestra familia que se encuentran lejos de nuestro corazón, pero nos necesitan, como nosotros a ellos, y disfrutemos de su compañía como la de aquellos que tenemos siempre cerca. ¡Feliz Navidad!
POR FRANCISCO DE ASÍS