Para Héctor Herrera, en esta mala hora.
Los ensueños nos serenan al final de cada año porque nos apartan un poco de la realidad con una pizca de evasión, con un granito de ilusión y con una chispa de ensoñación. No es malo soñar. Lo peligroso es no despertar.
Me gusta soñar y me gusta despertar. Disfruto mucho de mis ensoñaciones y de mis realismos. Me gustan tanto esos dos ejercicios que, con frecuencia, los mezclo y los combino. En la más dulce de mis ensoñaciones siempre está presente el más crudo de mis realismos. De la misma manera, en las más dolorosas de mis realidades siempre me han acompañado mis más placenteros sueños.
Y entonces, muchas veces, sueño despierto. Gracias a ello he logrado enriquecer mi vida y, de paso, he podido mejorar las de muchos otros seres humanos.
Cierto día en mi niñez le pregunté a mi padre la razón por la que él y muchos otros políticos trabajaban con exceso y se angustiaban demasiado. Me contestó que lo hacían para que yo nunca tuviera que soñar con irme a Norteamérica o, peor aún, para que mis hijos nunca tuvieran que soñar con irse a Centroamérica.
Ellos soñaron con el IMSS, el ISSSTE, el Infonavit, Pemex, la CFE, la Conasupo, el Conacyt, el Fonatur, las presas de la Conagua y las autopistas de Capufe, por mencionar tan sólo 10 ensueños. Cuando despertaron, resultó que ya habían logrado realizar su sueño.
Más tarde, mi generación soñó con la autonomía del Banco de México, con la CNDH, con la Sedesol, con el INE, con el más amplio catálogo mundial de garantías constitucionales, con el pluripartidismo, con ser una de las 20 potencias económicas, con la ampliación de nuestras libertades, con el respeto a nuestras divergencias y, por si fuera poco, con el TLCAN/T-MEC, que ha sido para nosotros más benéfico que si hubiéramos recuperado Texas, por mencionar tan sólo 10 ensueños. Cuando despertamos, resultó que ya habíamos logrado su realización.
Ahora y para el futuro, mis hijos y su generación ya han estado soñando en la rectificación de lo que hemos equivocado, en la recuperación de lo que hemos abandonado, en el reencuentro de lo que hemos perdido y en el rescate de lo que nos han arrebatado. Estoy muy seguro de que cuando despierten ya habrán hecho de México el país que nos merecemos como una tierra prometida.
Uno de sus sueños consiste en que termine la crisis mexicana de criminalidad. La que no han podido contener y ni siquiera atenuar los cinco gobiernos federales y muchos de los 150 gobiernos estatales que se han sucedido durante 25 años. Que siguen al alza constante los éxitos del gangsterismo organizado y del pandillerismo callejero, ambos burlándose de la autoridad o asociándose con ella o las dos cosas. Que no se alivia con discursos ni con promesas ni con amenazas.
Otro de sus sueños consiste en que cancelemos la crisis mexicana de corrupción. La que no se ha podido contener en ya siete sexenios en los que se ha jurado que los rateros la pagarán, que los corruptos no pasarán y que los bandidos se purgarán.
Desde cuando era muy joven me gustaba soñar. Por ejemplo, soñaba con la democracia como el sistema político más cercano a la perfección, que era el único que nos podía garantizar tres virtudes políticas fundamentales: la voluntad de la soberanía manifestada por la decisión de la mayoría, la selección de los mejores hombres para el ejercicio del gobierno y la fidelidad inmaculada entre el programa de acción y el proyecto para la nación.
Pero desperté y aprendí que es un sistema que no garantiza el acierto infalible de los electores. Que esto sucede no sólo en México, sino en todas las democracias civilizadas. Que todavía no encuentro un solo mexicano que considere que nuestros electores han sido acertados en absolutamente todas las más recientes cuatro elecciones presidenciales.
En fin, mañana es Nochebuena y pasado mañana es Navidad. Soñemos y despertemos. Si no soñamos, no sabremos qué hacer al despertar. Si no despertamos, de nada servirá haber soñado.
Por José Elías Romero Apis