Este año he escrito más de lo que he hablado; nunca había reparado en ello. Dicen que conforme avanza el tiempo uno aprende a valorar ciertos heroísmos que antes eran cotidianidades. Por otra parte hablo poco.
Escribo al lector desprevenido que, sin otro escudo protector que el de los sentidos, se pone leer en un sitio increíble. Al que tiene tiempo de sobra mientras espera.
Escribo al escritor al cual sin darse cuenta una palabra mía conmueve. Y la repite, la empotra en las paredes de la casa, la de todos, en el mundo de las palabras. Una palabra nace y con vida propia transforma lo que toca. Lo convierte en silencio o en música, en grito o en canto religioso.
Las palabras llegan como el aire cuando uno abre la puerta. Las frases comienzan a poblar de nuevo las calles vacías en su ciclo de textos que se van diciendo urgentemente entre nosotros.
Y aquí estoy, esperando que alguien me hable para responder. Para llenar un silencio, para completar una historia única y verdadera como la realidad misma.
En un terrible montículo de palabras, en la mente, esa gran nube imaginaria, las palabras se confunden con las imágenes y viceversa. No hay diferencia.
Leemos como caminar, sin saber a ciencia cierta a dónde vamos. En eso consiste. Leemos precisamente motivados por la intriga, por la curiosidad y por sobrevivencia, para saber qué sigue.
Con las palabras que he dicho puedo recorrer el mundo, callado puedo decir más de lo que digo, pero eso no depende de uno sino del pensamiento y de la fe de otros. Si algo tenemos es la palabra, aunque no la pronunciemos.
Es sabio quien tiene la palabra precisa, quien acierta y da en el blanco con holgura. Sabe quien sabe que sabe y no lo dice. Se nace y se muere de todas maneras; saber todo, podría ser sólo una anécdota en la vía láctea, a la hora de la hora. Pero eso no importa.
Guardas una palabra y en otra parte del texto pusiese haber otras que la desmienten y la contradicen. En una guerra de frases las palabras van apropiándose del cuaderno, llenan una pantalla, salen de los labios, se publican, son comentadas y olvidadas, las palabras vuelan en el perifoneo de un ropavejero.
Cada día publicamos textos en la delgada conversación de dos amigos con noticias de primera plana. En estas fechas se promueve la palabra sincera y amorosa que lo explique todo. Andamos con las palabras en la boca y estas brotan cuando ya no cabe otra. Entonces las palabras que salen provocan a otras para seguir con vida.
Una palabra se camufla y se hace parte de quien la dice. Siendo las mismas para todos, las palabras son diferentes de acuerdo a quien las mencione y en el momento en el cual se dicen. Por eso una palabra a tiempo, cambia el sentido de lo que hacemos sin arrepentimiento.
Dicen que la primera palabra que se dice es la que cuenta. A veces es un lapsus con el que nuestro interior se expresa, corregimos entonces para quedar bien con el respetable público, que sugerimos nos lee y nos comprende, aunque nada haya más lejos.
Cuando leemos por placer- espero que esto ocurra siempre- la lectura es un brazo que se mueve y se aplica, son pies que viajan y llevan noticias, frases para las sonrisas y una nota acaso triste para variar y completar la fiesta.
Con la palabra damos la bienvenida y comienza el día igual que concluye. Si nos callamos igual sucede, las palabras que se dijeron desde hace mucho proceden a hacerse cargo en la noche de los recuerdos.
El día sin mi se escribe de todas maneras y salgo apresurado al buzón, por la carta que no ha llegado, reviso el correo electrónico, los mensajes, salgo a leer palabras que entre el caos me quieren decir algo.
HASTA PRONTO
Por Rigoberto Hernández Guevara