Quiero seguir jugando hasta el último día. Jugar como niño descalzo sobre la tierra. Correr, deslizar mis pies, saltar, ir despacio. En pequeños espacios descansar por ratos.
De la agenda aguerrida de la infancia traje a esta realidad dos vehículos que fueron regalos. Son metálicos y despintados. Son todo terreno en el fondo del precipicio infantil que es hoy el recuerdo. Un carrito es un camión materialista y en el otro puedo ir un poco a jugar con el resto de la banda del fondo del terreno, es de acero y aguanta las piedras.
Hoy no son menores los textos nostálgicos que escribí cuando aprendí a escribir. Me dolía todo, lo que todavía me duele. Era sano borrar y dibujar algo más contemporáneo. Igual escribo esto.
Escribí por ejemplo un poema. Un larguísimo discurso, bajo el humo y un refresco en la mesa nocturna. Yo vivía allá en aquellos años en la nostalgia ciega. Viví también en un cuartito y en un hotel prodigioso, y de ambos expresé lo mismo.
Me ha gustado todo hasta la fecha. Me gusta el cuadro que veo en el cual aparezco. Sin dudas soy yo ahora expresionista, con colores menos planos en el rostro que digamos. Imagino llevar los mismos zapatos de gamuza con cintas amarillas para completar el párrafo.
Quiero seguir jugando con el debido respeto. Ser importante y estar de moda siendo infante, informal, ingenuo. Quiero el pájaro de la imaginación, el convento, la tos, el culto al piso.
No pensar es el juego, es sorpresa, visión, descubrimiento y asombro. Ser niño es un arte que perdemos. O lo guardamos. Llegado el momento un niño nos habla y a un niño hablamos.
Todos hablamos a un tiempo. Hay fragmentos espléndidos, frases espectaculares. Ojalá eso se hiciera oficial y hubiese una oficina como tal, para quien quiera ir a reír o soñar, un fondo de casa, una esquina rota, un corredor donde un niño puede esconderse de sí mismo y del tiempo.
Hablaré de esta relación de mi existencia pura, en Ia realidad escasa y efímera. De la liberación de mi esencia en Ia escena del tiempo, del escenario ridículo y claro de mi pensamiento estético.
Y sin embargo escribo sin que parezca extraño ni complicado irse revelando al arte oficial de los escritores. El tributo de los años es la edición fiel de los mejores tiempos, cuando el tiempo no tenía nombre. Es cierto. Los mejores tiempos fueron escritos, pero eso no quitó a los antagonistas ni a los otros, olvidados, destruidos e incompletos momentos.
En la memoria guardo la producción de los días admirables por sus descubrimientos, por los hechos nuevos y portentosos, por las pequeñas ciudades de las hormigas y el lenguaje de los pájaros.
Quiero seguir jugando y llevar los sueños ingenuos manejando los deseos y los nutridos hechos con los que aún crezco. Con las manos agarradas, con fragmentos espléndidos y soles esplendorosos, con dibujos interesantes de líneas desnudas.
Desde este tapanco, a donde subí en mi viejo torton, veo cómo ruedan los años. En un acto desmedido y alevoso, el tiempo, deja caer gotas de minutos. Estoy mojado de lluvia inversa, soy quien llueve y de nube paso a tierra, con mucha fuerza.
Al fondo del solar hay mucho trabajo. Llueve de nuevo, tal vez mis amigos de hoy no vengan. No nos dejan jugar en el lodo, aunque ya lo hayamos hecho otras veces.
Tal vez piense y traiga de la infancia otra fecha más serena, un día que no haga frío por ejemplo, con sol y todo. Pero esos son los más difíciles, tengo otros recuerdos, pero en todos salgo raspado. Tuve muchos sueños, pero no se cumplieron y por lo mismo los he olvidado.
Quiero seguir jugando a ser niño en lo que existo y tomo la vida en serio, como hace todo el mundo. Y pueda dar órdenes a la mesa durante una breve y cotidiana cena, puedo ser un adulto de esos que se precise, con su bigote y todo. Pero lo dudo.
HASTA PRONTO
Por Rigoberto Hernández Guevara




