Soy poco dado al cine, mucho menos al cine comercial que satura a la mayoría de las pantallas. Sin embargo, cuando me entero de la exhibición de un filme de calidad o interesante para la crítica especializada no desaprovecho la ocasión de presenciarlo.
Lo hago incluso cuando se trata de películas que ya he visto en el pasado, cuando el cine era a menudo más que una industria del entretenimiento.
Recientemente he vuelto a ver, por ejemplo, “Vértigo”, que este 2022 ha llegado a los 64 años de haber sido exhibida por primera vez, que dirigiera el famoso “Mago del suspenso”, Alfred Hitchcock, que la vida me dio la oportunidad de disfrutar cuando estudiaba la Preparatoria, en los primeros años de la década de 1960.
No sé si a causa de la nostalgia que me causó el hecho de verla por segunda ocasión, pero la cinta me atrapó a lo largo de los 128 minutos que dura la transmisión. Fue verdaderamente emotivo apreciar tantos años más tarde este thriller estelarizado por James Stewart y la sensual rubia Kim Novak.
Se trata de una obra romántica, pero también de suspenso y ciencia ficción que fue estrenada mundialmente en 1958 en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián. Está basada en la novela de “De entre los muertos” de Pier Boileau y Thomas Narcejac en la que un detective jubilado, Jhon “scottie” Ferguson, que sufre de acrofobia, rescata a una hermosa mujer, Madeleine Elster, esposa de un amigo suyo, Gavi Elster, cuando intentaba suicidarse en la Bahía de San Francisco y termina enamorándose de ella.
El investigador, que había sido contratado por el marido de Madeleine para que la vigilara porque temía que fuera a quitarse la vida, no cumple la misión, debido a que, en el segundo intento, la Señora Elster se tira de la torre de una Iglesia sin que el detective lograra impedirlo pues a causa del miedo a las alturas no puede subir al templo.
Ese hecho y el amor sumen a Ferguson en una profunda depresión.
Restablecido, cuando caminaba por la calle descubre a una mujer extremadamente parecida a Madeleine, llamada Judy, que al final resulta que es la misma Madeleine. La realidad es que se trataba de una criminal estratagema a la que había recurrido Gavin Elster para asesinar a su cónyuge y quedarse con su fortuna que el detective descubre.
El desenlace, como todos los de Hitchcock, es brillantemente inesperado.
Independientemente de que la trama te mantiene atento a la pantalla, hay otros detalles de la película que también llaman la atención, la lentitud con la que transcurre la vida a fines de los cincuenta. La ciudad de San Francisco, California, en la que se escenifica la historia, es tan verde, luce con tan pocos vehículos y gente en las calles, pero sobre todo la tranquilidad que ya no posee en nuestros días ni la villa más pequeña.
Observar el Golden Gate y las calles empinadas de la hermosa urbe estadounidense en 1958 es verdaderamente conmovedor.
Hay para quienes este filme, considerado una pieza invaluable del arte cinematográfico, Hitchcock le puso el sello autobiográfico para explicar el sentimiento que le unía a la actriz Grace Kelly, que se dice que fue su obsesión y amor frustrado de su vida.
Una encuesta realizada en 1995 por el Diario Folha de Sao Pablo, Brasil, entre cerca de un centenar de críticos de todo el mundo, “Vértigo” fue seleccionada como la segunda película más importante. El primer sitio se lo atribuyeron al “Ciudadano Kane” de Orson Wells, que se estrenó en 1941.
La cinta “Vértigo” luce en tan buen estado, tras la restauración de que fue objeto en 1996, que da la impresión de que se tratara de una obra filmada apenas unos años.
Además de Stewart y Kim Novak, comparten créditos Bárbara Bel Geddos, en el papel de Marjorie “Midge” Wood, Tom Hemore, como Gavin Elster, Hernry Jones, como el juez de la instrucción, Raymond Bailey, el médico de Scottie, Elen Corby, encargado del hotel, Mc Kitrricck, Konstantín Shayane, como Pop Leibel y Lee Patrick, dueño del coche perdido por Madeleine.
Fue producida por Paramount Pictures y su filmación costó dos millones y medio de dólares. Recibió dos Oscar, uno a la mejor Dirección y otro a la mejor decoración.
El dialogo es a veces tan lacónico y escaso que, a momentos, parece una película muda, pero la fotografía de Robert Burks y la música de Bernard Hermann le dan a la prolongada ausencia de palabras un mayor realce a la obra.
POR JOSÉ LUIS HERNÁNDEZ CHÁVEZ
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