Faltan poco menos de 48 horas para el fin de 2022, un año que en cualquiera de sus complicadas aristas nos ha dejado una gran lección: que nada es para siempre, que los buenos ni los malos momentos son eternos y al final, cuando el reloj marque la cuenta regresiva, nos despertará a muchos ese sentimiento de beneplácito, de divisar una luz al final del oscuro túnel que duró casi tres años.
Nada es para siempre para toda la humanidad que desde 2020 padecimos en lo general la pandemia de Covid-19 que cobró millones de vidas, destruyó anhelos, metas y proyectos para familias, comunidades y sociedades completas, pero gracias a ese afán constante del ser humano por dominar a la naturaleza (la mayoría de las veces para mal) pudimos todos por fin salir de nuestras casas, reiniciar la vida en sociedad y darle fin al tormentoso confinamiento.
Los pronósticos en marzo de 2020 eran de al menos tres años encerrados en nuestros hogares con la desesperanza de terminar con la pandemia pasada una década. Los malos tiempos no duraron tanto y al menos hasta el cierre la vida se orientaba a regresar a la añorada normalidad que a vivir una realidad nueva pero sombría.
Las jornadas masivas de vacunación, la restricciones impuestas por los servicios sanitarios y el esfuerzo de todo el personal médico, héroes sin capa, hicieron posible que mañana podamos recibir 2023 acompañados, de familiares, amigos, y hasta extraños.
Nada es para siempre y pese al surgimiento de nuevas variables de mayor transmisión y de efectos pos enfermedad más severos, la salida de la pandemia es un hecho.
Pero 2022 nos enseñó también como país y como estado que nada es para siempre, y los buenos momentos para los ganadores y los malos para los perdedores en la vida, economía, política, sociedad, tampoco son eternos.
En octubre de 2016, cuando el octogenario priismo tamaulipeco se desmoronó, se resquebrajó por los errores propios y también por la llegada de un grupo de poder bien solventado por las fuerzas fácticas del país para imponer mediante el voto democrático un gobierno que utilizó la fuerza del estado para apalancarse, y desde el inicio rompió todas las reglas, generó situaciones que rayaron en el abuso y formó una maquinaria de persecución política mediante las instituciones de justicia.
Francisco Javier García Cabeza de Vaca ejerció un poder absoluto y diezmó a cualquier fuerza opositora y de oposición (con propios y extraños) pero concentró tanto su ‘círculo rojo’ que diezmó también la posibilidad de dejar un sucesor. Y los excesos irracionales de personajes como su hermano Ismael lo enemistaron con prácticamente toda la clase política local y nacional y con el panismo de antaño por los excesos y abusos del aún senador.
La debilidad de sus cuadros y su conducta abusiva con personajes como el Truco Verástegui y el alcalde de Tampico Chucho Nader le cerraron las puertas a él y a los suyos para lograr otro sexenio más de panismo y le dieron la oportunidad a los morenistas orientados desde Palacio Nacional y con la fuerza de la marca Villarreal para llegar al poder frente a cualquier obstáculo.
La soberbia de los todos poderosos aunada a una evidente incapacidad intelectual dejó al panismo y al cabecismo en la completa deriva. Sólo unas cuantas figuras como la del sólido Sur tienen la oportunidad de reconfigurar sus fuerzas para proyectos futuros. Tal vez para su infortunio muy distantes.
Y la fuerza de Morena como partido emergente y respaldada por la del presidente Andrés Manuel López Obrador demuestran con su legitimidad que nada es para siempre para una elite mexicana que arrastró por más de 80 años (entre priismo y panismo) una red de alianzas, contubernios, relaciones de negocios y evidentes saqueos.
El fin estrepitoso del cabecismo en Tamaulipas demostró que si cambian los colores pero no la oligarquía, el futuro de cualquier proyecto político o de partido emergente pueden durar menos de seis años (una lección que deben de aprender rápido desde el morenismo nacional infestado de oportunistas del poder).
Los momentos buenos y los momentos malos no son eternos, pero igual si no se aprende de la historia o no se quiere aprender de ella puede suceder ese ciclo tan bien explicado por el escritor Milán Kundera del ‘eterno retorno’.
Y en el tema de seguridad, falta perder el optimismo de todo inicio de gobierno, si no se toman acciones concretas para neutralizar a los que se fueron, dirigir a los que llegaron y continuar con lo bueno que se ha dado en más de una década de combate a la violencia e inseguridad.
Se corre el riesgo de cometer los mismos errores que nos llevarían a momentos fatales como los sufridos por tamaulipecos y visitantes en las principales ciudades y carreteras del estado.
Y al igual en todas las decisiones de gobierno, si se recurren a los mismos atropellos del pasado, por más emergente que sea Morena como fuerza política, puede desmoronarse en pocos años si no se forman cuadros reales y comprometidos con la vida pública y la práctica política del estado.
Nada es para siempre, y lo mismo sucedió con el oscuro 2020, el gris 2021 y esperemos que no sea tan pronto para la esperanza y buen sabor de boca que nos deja 2022. Conservemos el optimismo de un 2023 mejor en todos los aspectos.
La verdadera marca de Morena
Entre sus feudos y cuotas de poder, los morenistas tamaulipecos presumen aprecios y cercanías con las principales figuras del partido y sienten merecer todas las consideraciones en sus aspiraciones políticas.
Probablemente sí se esforzaron y padecieron todo el peso del estado en su contra. Pero además de los pueriles errores del cabecismo, el ocaso de los Vientos de Cambio se dio en un inicio con el triunfo de Américo y su marca Villarreal en la elección para el senado y de la fuerza que aún conserva y presume el presidente Andrés Manuel López Obrador.
El morenista que no lo considere así, es un Cabeza de Vaca más en sus ambiciones políticas…
Lo mejor este 2023 y que todos sus metas y anhelos se cumplan, estimado lector.
Por Alfonso García
@pedroalfonso88