Si lo miro, el poema es una vez. Sólo una vez se vuelve espejo cóncavo, palabras que lo dicen todo durante una tormenta. Me quito los zapatos y son marcas descocidas, pesadas constancias del camino.
Nadie me ha visto avanzar en la fila india de los despiertos que me trajo a esta isla, pero todos me vieron.
Nadie me ha visto avanzar en la fila de los despiertos que me trajo hasta isla. Me he seguido. Estoy en el silencio del espejo, saco huellas de mi zapatos desamparados con el blanco en los colores del instante. Es un poema.
Es el tramo del aroma de un café, en la pared sosteniendo una mañana nublada, el poco aire que aisla la nave la anega, la convierte en bochorno insoportable.
Por la ventana escribo la lluvia en la única parte del mundo con luna grande, cuando no hay nadie, llueve por dentro. Se es fuerte pero las puertas no resisten el viento y se abrieron, están abiertas como una copia del cielo antes de que septiembre se disperse.
Me vuelvo mis palabras y en una de esas notas soy la verdad que cae sobre mí cara en una sencilla gota que resbala por mi cuerpo.
Los ojos son refugio de la voz callada, el suculento platillo puesto adelante en el espectáculo donde se escribe mi nombre. Haré un mejor país inventando la música de las alas, las maneras de andar, el conejo que un mago traiga en su sombrero, como una noche bonita vista desde lejos cuando va llegando al pueblo.
Más allá del corazón y antes que todo, aquí no soy nada más, sólo estamos los dos frente a frente en el fondo de las palabras, en la gran casa de las marcas extrañas.
En un curioso momento lo hago todo, he puesto en desorden los pensamientos para ir viendo cualquier descuido, cualquier incendio, el tanque que se llenó de agua, el misterio del gato que lo ha visto todo.
En esta crónica editada por los profetas en todos sus dilemas, la vida es esta escultura que dicté ciego, soy lo que miro delgado, como un hilo colgado del techo.
Estoy cerca, tomo distancia con la mano alzada para alcanzarme, tocar mi hombro, rascarme la comezón inalcanzable. Pienso y es un poema ya dicho. Escribo en el reverso de los versos a las cosas que yo quiero, a las cosas que respiro porque van en el aire. Respiro con mi nariz retorcida el secreto de los poros, respiro el alucine del café mañanero.
En día es una mujer que lleva un libro y lo lee despiadada, hasta que no puede más una noche y lo escribe. Voy a beber agua a ver si puedo apretar los dientes, y soy capaz de morder el vaso apagados los focos, con tatuajes en los gestos de mis partículas más pequeñas y felices de un sorbo triste.
Como una caña del viento, intercalado en mí, sucedo en mis calles, en casa, en sitios donde murió el olvido. Si vuelvo, no sean ido, pero estoy en el aire y debo ir por mis ojos a mis ojos, por el mundo atrás de un parque, por el día entero escrito a lápices de colores, por la solemnidad de un templo frente una tasa de café viendo el paisaje de la gran ciudad cercana al este.
En este lugar donde escribo ignoro cuántas palabras he dicho letra por letra en una rústica palabra, en el café de los días y las noches, cuando paso solitario y escucho al otro lado el silencio de lo que escribo.
HASTA PRONTO.
Por Rigoberto Hernández Guevara