7 diciembre, 2025

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La ciudad y los jueves sin lluvia

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

El poeta es el rastro dejado hace rato, es una presencia que se espera siempre, es a veces un terremoto, una guirnalda, el fuego iniciado abajo de otro fuego. Después cielo, después agua, después habla en el silencio. Después nada.

No hay ciudades sin poetas como no hay ciudades sin sueños. No hay ciudad sin calles, sin edificios, sin nosotros y aquellos. No hay ciudades sin piedras volando por el aire, sin el paso ya pasado de la gente, sin el silencio que dejó, sin el canto adentro de otro que lo calló para siempre

El poeta es un extraño habitante. Lo saludan las sombras que se extienden como si fueran personas confundidas con los postes, las casas y los cables. El poeta es el hombre circulando el espacio, la forma de cantar que tienen algunas aves invisibles.

En el más sencillo techo la ciudad cubre a su poeta adentro del poeta. La ciudad anuncia un poema sencillo y lo canta con una botella.

La ciudad tuvo un poeta que es el que cosecha el trigal. Desde luego habla del resplandor del sol, de un lago artificial, de un bosque de arbolitos de plástico, de montañas encima de otras montañas de casas iguales.

Poesía es como si una virgen bajara de su pedestal de su santuario y lanzando un grito huyera de la ciudad. Aquella que no se escucha por el sonido de los árboles del río nostálgico y de las sirenas de un mar sin agua.

Somos el agua, somos los garrafones, las botellas de diez pesos, las bolsitas, somos el agua escapando del cuerpo, de las garras mojadas, de las últimas lluvias del año. Somos poemas cayendo antes de ser agua.

Los poetas se transfiguran y los poemas se vuelven canciones en una estación de radio, pájaros viéndolo a uno, flores en la florería de una ventana, amaneceres frescos en la mira de un fotógrafo, tardes rojas, besos, palabras que hacen que otros escuchen lo que tiene que decirle el mundo.

No hay ciudades sin poetas, no están acostumbradas. Cómo serían las tardes sin siluetas, sin el cuchicheo de los besos en su lenguaje poético. Cómo sería la noche gótica de lágrimas negras, de lobos y del lunes que miran los espejos de los retrovisores de los martes y los jueves sin lluvias.

El poeta es el hombre que espera mirando a la distancia, que no parpadea para no perder un instante. El poeta es la constante lluvia repentina, espacio donde cae el agua que no había caído, espacio a donde nadie había ido. El poeta es ese absoluto silencio del sonido. Y es el ruido al mismo tiempo escrito, entre el humo y el soporte de los recuerdos.

Los viejos lo vieron y dijeron que sería poeta, más que escuchar se puso a escribir versos. Les escribió a los viejos en viejos cuadernos. Escribe sus barbas, sus pisadas, sus brazos. A su antojo y a sus anchas escribe a los ojos que lo vieron ciegos. El poeta se hizo poeta por ellos. Por los ojos que lo inventaron.

En su mundo el poeta descubrió la tristeza de los caimanes, el desvelo de las hormigas, las múltiples posibilidades de una sola tarde.

El poeta es una asamblea de poetas. Es una reunión de ambigüedades y discursos del aire. En la verdad que pasa. Que sólo los poetas pueden escuchar. Es la verdad que venía de una mentira, de una falsedad muy grande, de una calumnia, de una tristeza. Es el amor que perdona el castigo más grave. El poeta es el último recurso de los peces en una ciudad, para sobrevivir sin agua.

HASTA PRONTO.

Por Rigoberto Hernández Guevara

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