Sólo quería decirte vida, unas palabras a esta hora de la madrugada. Supongo que la vida es, como dicen, 24 x 7. Entonces pudo hablar en confianza en unas cuantas verdades.
Otros negaran y quizás con razón digan que son mentiras lo que en seguida escribo. Y tal vez lo sean. Cada quien lleva su versión arbitraria pero única de la vida. Camina cada uno y cada uno acompaña o viaja solo, cada uno es un encuentro y persecución arbitraria.
Sólo queria decirte vida las veces que no escuché tu llegada en medio de mis sueños, que atendí al delirio porque en esa orilla me supiste ebrio, que todavía tengo la sombra de aquella herida. Y sin embargo te quiero como un griego a su patria.
Sin buscar, me encuentro, he sido yo mismo, delaté mi mano en tu cintura, salí de las bolsas del pantalón, he sido la camisa rota, lo más elemental que quiere existir en tu boca.
Este es el arnés con la casa. Llevo calles en los dedos. En los pies los tropiezos construyeron el metro cuadrado en grumo, en guano de esta ciudadela.
Te quiero de la calma al fuego nervioso de las llamas, como la sangre me planto en tus venas. Camisa adentro en mi pecho, tu existencia es un sendero, y camino el sueño, camino tus labios, la comisaría de tu pelo, el pueblo de tus manos, los brazos en cruz desde mi espalda quebrando, haciéndome humano, con un trapo de sol, una sólida vida como hierro encajado en la tierra.
La tibia soledad de la noche va amortiguando el viento. La callada espera es un bullicio callejero. La misma noche deja pasar los letreros que anuncian la ciudad. Son fantasmas, deslices de antepasados, silbidos de viento, cantos tempraneros.
Abrazado a ti en una cuenca de agua, en una escollera que da a la vida, la casa es un refugio aferrado a las sencillas calles.
Arrebata el sueño de mi pelo, déjame caer a tu lado como esclavo, en un eslabón de tu cariño, sacia tu saña de caricias, tus sonrisas de risas por los bulevares, tus aventuras profanas; deja en ti grabar mis siglas, mi linaje de esporas de pintores y poetas.
Te amo porque tienes razón después de la lluvia, empapados de besos, porque en la oscuridad de mi garganta hay ahora un libro que recito. Mis lugares son ahora los sitios donde andas, mis lugares son los tuyos, los míos son los sitios donde has ido, las veces que has estado, los espejos que nos han visto.
Escucha el fuego engatusar al silencio. Escucha las vasijas croar en un parque de agua. Te quiero en la penumbra prohibida de mis derrotas, en las escaramuzas de estrellas remotas. Mi mano es un poema que cabe en tu mano. Mi alma perdida es un susurro de la noche.
El sol me da en la cara. Resplandeciente sobre el asfalto respira el sol en un charco. Cruza y cruza la gente la calle ancha entre los carros. Cruzan los pájaros, las almas solitarias, los locos y las flores en manos de una muchacha.
La calle es uno, seria, triste, alegre. La vida es calle con hileras de angustias y regocijo. El sol calienta mi pantalón de mezclilla, y mi cuerpo es un almácigo. La vida es pensamiento sin ver mirando el suelo sin sentir el cuerpo en este extraño calor de invierno. La vida es ir pasando, siempre pasando. No es tiempo. El tiempo no existe.
La vida es el cristal de mi ventana y el rosicler se fija en un papel. Comienza a amanecer y la ciudad es un caos de aves, un abrir y cerrar de ojos, un asunto en los labios.
En mi viejo tranvía, en el ato de mis zapatos, de soledades fortuitas escapando al invierno. En la inocencia de un juego, en la travesura sabes a patria, a sol arrepentido, a moras y duraznos, a lágrima salida de una flor. Sabes por la claraboya de mi memoria, por mi risa convertida en viento, sabes que aquí he estado, que aquí estoy.
HASTA PRONTO
Por Rigoberto Hernández Guevara