La mañana del miércoles 29 de junio transcurría como la de un día cualquiera. El ‘ombligo’ de semana iniciaba para los compañeros de Expreso como uno más de trabajo; los reporteros alistaban sus cosas para emprender la jornada laboral entre el apuro de la agenda diaria y los trabajos pendientes de completar para el fin de semana.
En Tamaulipas recién se había llevado a cabo una de sus elecciones más polarizadas de su historia reciente, empantanada por los golpes políticos entre el gobierno cabecista y el morenismo que ganaba espacios en todo el estado.
La elección del cinco de junio marcó un precedente en la vida pública del estado por el enfrentamiento entre dos fuerzas políticas antagónicas, entre el lodazal del descrédito y la persecución política.
Y bajo la coyuntura de un estado que por más de una década padece niveles de violencia jamás vividos y como un referente a nivel internacional por las atrocidades cometidas por la delincuencia organizada y por la Fuerza Pública.
En un intento por informar oportunamente a la población, desde la redacción se acordó el emitir alertas sobre situaciones de riesgo, al menos en la zona urbana de Victoria, uno de los municipios más afectados por la disputa entre grupos criminales.
Y como sucedía frecuentemente a cualquier hora del día, la alerta llegó y en el momento justo. “#SDR #CdVictoria Personal de la Unidad General de Investigación y los cuerpos de socorro acuden a la calle Puerta de Luna del fraccionamiento Puerta de Tamatán ante la agresión a mano armada con el reporte de dos personas heridas”.
La alerta se compartió en las redes sociales del periódico y el tiempo pasó. Pero pronto recibiríamos todos la terrible noticia en una llamada del reportero policiaco, con voz entrecortada: “Licenciado, hay que quitar la alerta, el domicilio del ataque es el de Toño, al parecer lo atacaron a él y a su esposa” “Al parecer ella falleció”.
La llamada terminó sin una certeza fehaciente, sólo con el temor, coraje, indignación e incertidumbre de un compañero atacado a balazos y lo peor, en su domicilio.
Continuaron las llamadas a Miguel, a Luis, a mi padre, y los cuestionamientos de los compañeros que estaban enterados del suceso. Gustavo, camarada de Toño pero en otra faceta de la vida pública se reportaba desde el Congreso del Estado para preguntar si eran ciertos los rumores, si estaba confirmado el atentado. Entra una llamada de Jesús.
-“En efecto, se trata de Toño y de su hija. A ella la trasladaron al hospital pero él ya murió en el momento” -¿Confirmado Jesús? -Estoy viendo su cuerpo… La llamada terminó abruptamente mientras llegaba a la oficina.
Llegaron también Miguel y Pedro Alfonso. Nos fuimos al lugar de los hechos. El fraccionamiento Puerta de Tamatán se encuentra en una zona de poco tránsito, más allá del Hospital Infantil de Ciudad Victoria y de las “Flores”,una de las colonias más pobladas de la ciudad, y sin antecedentes de violencia o de incidencia delictiva.
La calle de Toño terminaba en un lote baldío y enmontado, con escasos accesos a su domicilio. Un laberinto de asfalto, enredado entre los postes del alumbrado y el cableado telefónico. Al llegar la zona se encontraba acordonada por la Guardia Nacional, por el Ejército Mexicano y por personal de la Fiscalía General de Justicia de Tamaulipas.
Llegamos a la zona, Jesús y Alfredo consternados y atónito se maldecían. “¡Chingadamadre! ¡No puede ser!” Pasamos los cordones delimitadores, los militares y la guardia permitieron el acceso, los peritos de la Fiscalía lo vieron con recelo, pero también accedieron.
El vehículo aún estaba encendido, la puerta del copiloto abierta y el estéreo aún reproducía la música de Vicente Fernández. Al interior del vehículo el cuerpo de Toño y los peritos tomando muestras. ¡Váyanse de aquí! ¡Es la escena de un delito!!, dijo uno de los oficiales.
Accedimos. Melissa y Karina, hijas de Antonio desconsoladas y preguntaban por el estado de su hermana. Nadie supo contestar nada. Entra una llamada, era Gustavo. -Amigo ¿Cómo está Toño? Supe del atentado y lo que pasó con su esposa. -Amigo su esposa está bien. La hija menor de Toño fue trasladada al hospital. -¿Y Toño? -Toño falleció. -Eso no es cierto. -Lo estoy viendo. Terminó la llamada.
En el Congreso del Estado panistas y morenistas mantenían la disputa por su control. En una de las comisiones Gustavo irrumpió en el lugar y denunció la muerte de Toño. En pocos minutos ya era tendencia en redes sociales, y noticia a nivel internacional. Al calor del estallido mediático, elementos de la Fiscalía General de Justicia llegaron al lugar y cerraron el paso por completo dos cuadras a la redonda.
-¡Váyanse de aquí!-, repetía el oficial, conocido porque fue quien tomó las fotos al cadáver de Rodolfo Cantú en 2010 y en aquellos días del crimen uno de los principales funcionarios de la Súper Fiscalía cabecista.
Ante la evidente violencia del desalojo todos nos retiramos. Apenas iniciaba el calvario. El teléfono no dejaba de sonar, toda la prensa nacional e internacional buscaban información.
La Secretaría de Gobernación, la Comisión Nacional de Derechos Humanos, el alto mando de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas se hicieron presentes por la vía virtual.. Llamadas y más llamadas, una lluvia de preguntas pero ninguna respuesta.
Indignación e incertidumbre. Los trámites con las autoridades para conocer el destino del cuerpo de Antonio de la Cruz. Peritajes y la autopsia de Ley, Pedro Alfonso y Luis relizaron los trámites con la familia, Miguel atendió las llamadas de la prensa nacional e internacional.
Gustavo y yo acudimos al hospital para saber el estado de Cinthia. El Hospital General de Victoria blindado, patrullas de la Guardia Nacional y de la Policía Estatal.
Al interior de la sala de Urgencias custodiaban dos policías. En la recepción dos jóvenes trabajadoras de la Comisión Nacional de Derechos Humanos nos atendieron. -“Ya no hay mucho por hacer, Cinthia tiene muerte cerebral y sólo la puede salvar un milagro”. -¡No me digas eso!, sollozó Gustavo.
Después regresamos a la redacción. los compañeros encargados de cubrir cada suceso, de dar la cara a nombre de Toño, de su familia y de todos los compañeros de Expreso, al final sumados con todo el gremio local, estatal y nacional.
Los trámites para la entrega de su cuerpo, esperar el milagro sobre el estado de salud de Cinthia, el llamado de la Fiscalía General de la República que empezó a atraer el caso al tratarse de un atentado a la libertad de expresión.
La incertidumbre de saber si sucedería algo más porque el ataque a Toño no lo había perpetuado cualquiera. Los primeros peritajes arrojaron que lo realizó un sujeto armado que se trasladaba en una moto.
Que lo hizo con la unidad en movimiento. Maniobra propia de una persona adiestrada y no de un pistolero novato, el asesino era un tipo entrenado, de sangre fría y acostumbrado a matar.
Y pese a la evidencia, pese a los peritajes, aún las autoridades no revelan nada al respecto. Pero ese fatídico miércoles, por la mañana, en plena mitad de semana, sujetos armados decidieron el destino de Toño y el de su hija.
Sin remordimiento alguno, a sangre fría. Fue el día que nos quitaron a Toño, un compañero que por más de 20 años trabajó en la redacción de Expreso. Pertenecía a nuestra familia.
Su nombre se sumó al de una interminable lista de periodistas y comunicadores asesinados por no hacer otra cosa más que hacer su trabajo. De fuentes agropecuarias, un tema que no podría dañar la susceptibilidad de nadie. Y aún consternados nos asaltan las preguntas: ¿Quién mató a Toño? ¿Por qué? ¿Por qué a un reportero de temas ajenos a la política y seguridad pública? ¿Por qué a su hija?