Este texto pertenece a la serie de imágenes claras y difusas, propias y desconocidas que vienen a mi mente. Son pensamientos adentro del pensamiento que piensan distinto al llegar a las palabras: son palabras de una palabra, de una persona, de cuchillo y orca del colectivo en busca de un cacho de sobrevivencia.
Son acaso variaciones del tiempo, tras una hora de la vida, latiendo en la cabeza de modo constante, proceso y detenimiento, instante cuerdo y aterrador, presentimiento acaso, algo, quizás todo esto. Asperger. Locura incluso.
Son, esto sí, millones de imágenes en el interminable desfile de la mirada esquiva. Sonido construyendo ruido, un intervalo de música, una piedra en el ojo, la risa junto a una mujer linda.
Escribo esto al caminar la esencia, dirigir el escenario pródigo, ser espectáculo de la matrix en plasma que huye de la mirada. Digo una palabra y la pompa se disipa en el aire. El mundo es lo que somos. Lo que se ve y lo que no lo inventamos.
El cuerpo es un invento propio, un inventario efímero. A cada rato es el mundo la nueva casa, cada respiro es otra parte del planeta. Un dato es el cincuenta por ciento de su cincuenta y ahí se la lleva.
Lo que tenemos es humeante bosque atrás de una loma. Dios y la palabra que no aparece en los libros de texto, resplandor de un futuro prometedor e incierto. Descontrolados. Lo que tenemos es un cuerpo decadente.
Empezar es escribir y punto. Los lectores, siendo el escritor el primero, cambian el sentido del texto para que sea coherente en medio de una tormenta con un vacío, y una botella en la última mesa. El texto, como todos, va creando el mito para lo cual se hizo, va y cumple, hasta que llega otro.
El cuerpo se abastece de nuevo y la transformación imperceptible, si la dejas de ver, se advierte. El corazón late apagándose. Durante un día es infinito el número de cosas que ocurren al mismo tiempo. Receptor y emisor, lo de nosotros es caminar para acercarnos al conocimiento de lo único.
Terminamos de saber y ya lo ignoramos todo. La muestra se esfumó y fue reemplazada por una ventana con vista al Sol sale. Todos los conocimientos están otra vez ahí esperando nuestra ignorancia.
El conocimiento celebra su descubrimiento y muere. Nada se sabe. Nunca nadie supo. Esa es la historia del hombre, confusa, ambigua, mítica. Han pasado incontables segundos, adentro y afuera, abajo y arriba, nada es como hace rato era.
Llaman a la puerta, escuchas el siguiente segundo. Preguntas quién es y es el viento en un tomo, un minúsculo espacio de consumo. Puedes manejar el regreso al olvido donde quedan muchas cosas. Todas. Volteas a ver y nada hay de la puerta, han pasado los años.
La agenda contiene millones de ojos. Los pasos pisan miles de jóvenes promesas de los hormigueros. El futuro se ve a simple vista, si lo tocas se disipa. Aprendemos a mover el cuerpo, rotamos y circundamos, vamos por los andamio de los sitios prohibidos.
Luego amanece muchas veces y abrimos los ojos sin contar las veces que los hemos abierto. Muchas cosas no elegimos contar para romper un récord, no nos detenemos en ese instante cruel, ignoramos la célula, la paz en el campo donde se desarrolló el mejor pensamiento. Y eso fue todo.
La textura clara tiene niebla, el aire arrastra nuestras partículas, las arranca y crea otras estaciones de radio. Luego somos ruido, aire solitario en una barda, barrio oscuro, barro silencios en el planeta azul.
Acá la historia es otra. Allá, a donde fuimos y olvidamos, aún con el recuerdo escrito, no somos nadie. Estatua de sal es la ausencia. Porque estar es también lo único que existe.
El viaje anunciado canceló de último minuto, al día siguiente caminamos por la playa y comemos mientras vemos un perro. No puedes resistir el oleaje, la siguiente parada está a una hora de distancia. En realidad no lo sabríamos.
HASTA PRONTO
Por Rigoberto Hernández Guevara