Eran cerca de las 11:00 de la mañana cuando el tío Raúl entro en la sucursal del Banco Comercial Mexicano que había en Cd. Jiménez, Chih.
Todos los días de la semana acudía mas o menos a esa hora a depositar el dinero que había obtenido de sus negocios el día anterior. Además de su trabajo en el ferrocarril, el tío era muy hábil en el comercio y tenía un pequeño hotelito cerca de la estación de los FF. CC.
En el banco llegaba normalmente con mi tía Tere que trabajaba de cajera. La vio apesadumbrada, acongojada, tenía los ojos llorosos y dado la confianza que tenía con ella le preguntó: – ¿Qué le pasa Teresita?, ¿Por qué está triste? – Hay don Raúl, que cree que hace rato vino un cliente y le di 2 mil pesos de mas por error.
Cabe mencionar que, en aquel entonces, la década de los 60’s mi tía tenía un sueldo de 1500 pesos mensuales, por lo que este error era una tragedia para ella. – Pero ¿Sabe a quién se lo dio? – Si, le hable por teléfono pero me dice que no le di nada, que ya junto el dinero con lo que tiene en su negocio y no hay manera de saber si le di de mas o no, por lo que no me puede regresar algo que no le di. – ¿Y, a quién se lo dio? Mi tía le dio el nombre del sujeto, que también tenia varios negocios en la ciudad.
Y el tío Raúl le contestó: -No se preocupe, ya verá que el problema se va a solucionar, tenga fe, no se preocupe. Mi tía recibió el dinero que llevaba mi tío y el se retiró.
Como a la hora se apareció el tipo al que le había dado el dinero mi tía, disculpándose y diciéndole que efectivamente le había dado el dinero demás y que ahí los llevaba para regresárselos.
Por supuesto era el resultado de alguna acción que tomo mi tío, nunca supimos cual. Era bajito, no alcanzaba el 1.60 m de altura, regordete, moreno, por lo general tenía una sonrisa en su cara, a mi me gustaba mucho oírlo hablar con esa deliciosa tonada de los chihuahuenses que tienen al hablar, tuvo la fortuna de poder terminar la primaria, eso le dio la oportunidad de entrar a trabajar al ferrocarril en un puesto administrativo, quedo huérfano a los 12 años, y se puso a vender limones para poder apoyar en casa de los tíos que lo recogieron.
Pronto pudo utilizar su talento nato para la compra y venta de bienes, que le fueron dando para ahorrar y poder llevar a cabo mejores negocios. Así pues, ya trabajando en el ferrocarril, su sueldo lo dedicaba a su familia, y lo que obtenía de sus negocios lo usaba para hacerlos crecer.
Siempre traía consigo una cantidad de dinero considerable para aquellos tiempos, pues decía que así podía aprovechar oportunidades que le hacían ganar dinero.
Alguna vez nos contó que el terreno donde tenía el hotel y su casa, que eran 1500 m2, lo había comprado en 3 mil pesos.
Por supuesto, traer tanto dinero en la bolsa era un riesgo, aún en un pueblo tan seguro como era Jiménez en aquel tiempo. Pero el traía una pequeña pistola 22 consigo para protegerse.
Un día saliendo del trabajo del ferrocarril, del cuál salía a las 23:00, lo trataron de asaltar dos sujetos que iban armados con cuchillos, intempestivamente le salieron al paso tirándole cuchilladas y gritándole; -Danos el dinero, o te matamos, danos el dinero o te matamos. Alcanzaron a cortarle los brazos que el uso para protegerse, pero alcanzó a sacar la pequeña pistola y les disparó hiriéndolos.
Se fue a su casa para que lo curaran y de ahí le llamo a la policía para informar del ataque. A los pocos minutos llegaron policías municipales y judiciales para ver que había pasado.
Estaban en eso, cuando llego una camioneta con unos sujetos que le gritaban: – ¡Eso no se va a quedar así! Y empezaron a disparar a la casa, los policías, sorprendidos y asustados le preguntaban a mi tío. – ¿Qué hacemos don Raúl?, ¿Qué hacemos? A lo que mi tío Raúl sin la menor duda les contestó. – ¡Dispárenles, dispárenles! Sacando él su pistola y haciendo fuego hacia los atacantes, que al ser repelidos huyeron.
Se lo llevaron preso y aunque el alegaba defensa propia, no lo procesaban. A los 15 días del evento fue mi madre a ver como iban las cosas, la tía Graciela, esposa de mi tío, estaba desconsolada, le dijo que no lo dejaban salir porque el juez quería 10 mil pesos y mi tío le prohibió darle un cinco a nadie de la autoridad.
Tres meses estuvo en la cárcel el tío antes de que lo dejaran salir. Años después, mi mujer y yo lo visitamos y nos platicó del evento, nos mostró la resolución del juez donde lo declaraba inocente por actuar en defensa propia.
Le pregunté qué cuanto le había dado al juez, – ¡ni un cinco! me dijo. Mi tía Graciela asintió con la cabeza y dijo: – ¡Y yo pase 3 meses angustiada!
El perteneció a la que yo llamo generación diamante, nacidos en la revolución, donde casi sin educación escolar, a veces sin padres, se enfrentaron a los desafíos de la vida, que cada vez que los raspaba era para pulirlos, y hacerlos brillar más, como a los diamantes.