En semanas recientes, el colapso de dos instituciones bancarias en los Estados Unidos y las medidas emergentes que se tuvieron que tomar para rescatar a una institución financiera en Suiza, prendieron las alertas del mundo. La desconfianza se apoderó de los mercados, aunque al final prevaleció la cordura y las cosas retornaron a la frágil estabilidad que ahora vivimos.
Vivimos tiempos obscuros y desafiantes. La mayor crisis es de confianza, que es un bien escaso en las sociedades actuales. Nuestro continente es la región más desconfiada del mundo. Según la Comisión Económica para América Latina, tres de cada cuatro ciudadanos de América Latina tienen poca o ninguna confianza en sus gobiernos y alrededor de 80% cree que la corrupción está extendida en las instituciones públicas.
Construir, cimentar y mantener la confianza demanda mucho tiempo, esfuerzo e inversión. En contraste, la destrucción de la confianza pública es rápida e inmediata, siendo difícil su reconstitución, demandando grandes esfuerzos y recursos a los Estados, gobiernos y sociedades en restablecerla.
La confianza pública, política e institucional es indispensable para la construcción de contratos sociales amplios, incluyentes, estables y duraderos. Sólo con grandes dosis de confianza podemos construir instituciones fuertes y estables que garanticen desarrollo, seguridad y justicia a la sociedad.
La confianza es una expresión de la forma en que las personas perciben a sus instituciones públicas y lo que esperan de su gobierno, por lo que es indispensable que el poder público sea ejercido de forma especializada dentro de los límites constitucionales y legales preestablecidos, sin intervenciones ilegítimas que generen distorsiones y concentraciones de poder, en donde se garanticen vías abiertas para la información y la comunicación que los ciudadanos y los gobiernos necesitan para poder actuar de forma eficiente.
La confianza pública se alimenta de la legitimidad democrática obtenida por los gobernantes en las urnas, por ello es indispensable que los organismos electorales gocen de independencia y autonomía institucional, para garantizar procesos electorales transparentes. Sin árbitros confiables, es imposible tener elecciones creíbles y gobiernos legítimos. La confianza en las instituciones de la democracia es insustituible.
La confianza pública está afectada por un escenario mundial y regional caracterizado por la polarización tóxica, la desinformación y las noticias falsas que inundan las redes sociales, la intimidación de la prensa y los crecientes ataques a los tribunales y a los organismos electorales.
La construcción de confianza, en épocas de incertidumbre, es una tarea titánica que requiere de gran madurez política, de un nuevo pacto de social de convivencia, de mirar al opositor como un adversario político y no como a un enemigo irreconciliable a triturar y destruir.
Como lo ha señalado el secretario general de la OEA, Luis Almagro, los países que tienen situaciones de crispación o conflicto tienen que generar situaciones de confianza. Ello implica generar condiciones reales de diálogo político y acuerdos que posibiliten superar los problemas.
Sin confianza pública no hay democracia ni desarrollo ni paz social, su ausencia crea ambientes hostiles que profundizan los conflictos existentes o crea nuevos problemas, coartando toda posibilidad de solución, creando sociedades estancadas y Estados fallidos.
Sin confianza es imposible que podamos llegar a acuerdos para enfrentar los problemas estructurales que tenemos como sociedad. La confianza, es sin ninguna duda, el corazón de la democracia.
POR FRANCISCO GUERRERO AGUIRRE




