5 diciembre, 2025

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El paraíso en la calle de los milagros

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

Es un paraíso de nubes la noche de lluvia, se cae el cielo a pedazos, alguien mueve la mano que la sostiene. El agua comienza a latir en el cuarto. La noche es un largo sendero. La noche se adentra, moja la cara y los cuerpos. Alguien, uno de los dos bajo el aguacero dijo te quiero. Y es cierto. 

Se habla con la voz de un naufragio de nubes en la oscurecida calle. El sol se defiende con sus brillantes espadas y huye. La noche no deja de llegar. Hay una región del alma cerca del paraíso, pero también es una vieja plaza, dos labios hablándose sin hablar, apenas dijeron nada en el tembloroso móvil. Tal vez fui uno de ellos. Escribo mientras lo pienso. 

El paraíso es un ave. Un arrinconado momento en el huerto. Las manos juntas sobre el mismo chat responden las preguntas. Escribo en la calle de los milagros esperando el transporte urbano. Una señora pasa corriendo, no sé si volando, yo mismo soy un milagro. 

Se han quedado afuera del paraíso los que no aman. Hay una queja oscura y larga en los zapatos que no se pusieron. Los descalzos comenzamos a caminar por la calle y un pasajero reloj detenido comienza a vislumbrarse atrás de un rato.

En un lugar del alma existe el paraíso. No muy bien nos acostumbramos a verlo, con lo ciego que a veces somos. No obstante estallan los milagros. El río lleva agua como en sus mejores tiempos a lugares más tranquilos. Los niños mágicos comenzarán a salir para echarse unos clavados bajo un puente. 

El paraíso desde ese sitio inexplorado es el prímer versículo que habla del amor y de los expulsados. Luego el alba, como el génesis en la Biblia, descubre los cuerpos desnudos y olvidados. El paraíso espera a los despiertos en el huerto del primer párrafo. 

El paraíso existe, pero aún no es eterno. Uno busca los momentos claves, los claroscuros, las texturas de la vida que emocionan al alma. Pero a veces el alma se conforma con estar junta. Nadie quiso decirlo, a veces estar unido es estar realmente solo. 

La sonrisa es en sí misma un paraíso, pero ver más allá de la atmósfera que la envuelve nos integra y nos ilumina. Afuera del paraíso la risa infalible conduce a otra risa. Es lo mismo.

Afuera del paraíso las palabras textuales obedecen al consabido interés por mover y conmover. Estar ciego es ver. Cada uno busca su espejismo, su morbo preconcebido. 

Un pensamiento es el paraíso dejado caer de plano. Un rostro sereno que se extraña. Una mirada clave y profunda, una mano llana como arena, como un suave desierto escrito.

El tren habitual ha olvidado el silbato, se escucha su paso arrastrando el silencio. Es un trol, una forma grotesca de hierro ahora que lo pienso. Debo recordarlo en la vieja estación, en la nostalgia ciudadana de los anhelos. 

El paraíso es el punto exacto, la delgada línea de cristal que no sangró. Un leve latido, como el último. Un cigarro a mediodía, la eventualidad incomprendida, el trabajo mismo detrás de un biombo.

El paraíso es el primer versículo del amor, un espacio en los ojos. Entonces la soledad hiere la luz que como nosotros busca compañía en los objetos. La pinturas son las miradas. Cada instante devela el cuadro de un pintor vanguardista lleno de sombras y de luces artificiales. 

El paraíso suele ser una barda, un espacio iluminado por las rejillas de una lámpara led. La calle es un desperdicio de paraíso. Desde lejos se asoma otra calle, las personas cruzan como en la vida, otras corren bajo la incesante lluvia. 

El paraíso es por donde caminas, pero sin zapatos, es pasar por donde no vemos a dónde ir y vamos .

HASTA PRONTO 

POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

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